- La izquierda en un contexto revolucionario (2011): activismo político-cultural frente al atasco democrático en Marruecos
Las esperanzas de una transición democrática en Marruecos, que prosperaron durante los años iniciales de la nueva etapa monárquica (1999), estaban condenadas a dirimirse. Los académicos hablan de una resistencia autoritaria, es decir, la pervivencia de las estructuras del poder tradicional a pesar de los cambios parciales en el sistema. El espacio de las libertades iba reduciéndose poco a poco, especialmente a nivel de expresión política y de la prensa independiente, el pilar esencial de la democracia, que prácticamente está liquidada. Por otro lado, la Instancia Equidad y Reconciliación, creada en 2004, fue realmente un juicio simbólico y moral al régimen de Hassan II, pero sin garantías jurídicas y políticas de cara al futuro. Respecto a este último aspecto, el régimen marroquí no cumple, hasta hoy en día, con este precepto democrático esencial.[1]
Las revueltas árabes de 2011 permitieron desmentir el estereotipo de que la orilla sur del Mediterráneo está en otra galaxia, lejos de formar parte del mundo libre y democrático. Los árabes y los musulmanes, como cualquier otra población humana, cuando pueden escapar al control material e ideológico de las élites dominantes, reivindican sin demora y con mucho coraje más libertades y derechos. Marruecos no es ninguna excepción en este sentido: el despotismo, la corrupción y las desigualdades son las mismas lacras sociales que sufren otros países árabes; por tanto, una parte considerable de la población marroquí reaccionó ante la dinámica revolucionaria de aquel momento. La única diferencia que caracterizaba a Marruecos en aquel entonces fue que el grueso de los manifestantes del Movimiento 20 de Febrero (el cual agrupó a los activistas marroquíes) no reivindicaba la caída del régimen, desviándose de los procesos de cambio en Túnez y Egipto.
La reforma del sistema político, los avances en derechos y libertades y la instauración de una monarquía parlamentaria y constitucional al estilo europeo fueron las demandas principales de los participantes en las movilizaciones civiles prodemocráticas de 2011 en Marruecos. Esta apuesta política de las masas demuestra la influencia intelectual de la izquierda marroquí, a pesar de que los participantes en las manifestaciones sentían, en su mayoría, mayor simpatía por los islamistas. La militancia del movimiento Justicia y Caridad (al-ʽAdl Wa al-ʼIḥsān), principal actor del islamismo político en Marruecos, supo integrarse en las dinámicas civiles para luchar por las reformas democráticas, una meta muy distinta del ideal del califato por el que esta agrupación islamista venía abogando desde hacía décadas.
Por otro lado, amplios sectores sociales en el país, temerosos de las posibles derivas de un período de transición e inestabilidad, se sintieron aliviados de que las manifestaciones no condujeran a ninguna agitación violenta. La moderación política del Movimiento 20 de Febrero tuvo su origen, en primer lugar, en la influencia de activistas, políticos e intelectuales provenientes de la izquierda democrática. En muchos casos, se trataba de personajes respetados en la sociedad, incluso por parte de colectivos conservadores cercanos al régimen, así como por los islamistas. Figuras como Mohamed Sasi y Abdel Hamid Amin, entre otras, fueron referentes de prestigio en la escena política e intelectual marroquí, que participaron en las movilizaciones y dirigieron sus reivindicaciones. Otros, como el historiador Maati Manjib, estaban comprometidos con el diálogo laico-islamista. Por ello, la izquierda democrática, a nuestro juicio, fue el núcleo ideológico del Movimiento 20 de Febrero, aunque, en cuanto al activismo de las masas, fue minoritaria en comparación con la gran capacidad de movilización islamista de entonces, especialmente de Justicia y Caridad, que fue el actor más numeroso de las movilizaciones.
Finalmente, si bien el Movimiento 20-F no logró sus objetivos, esta movilización social prodemocrática no fue en vano, ya que ha conseguido generar un fuerte impacto en la conciencia colectiva marroquí. Se trató, por tanto, del inicio de un proceso de larga duración que podría tener como fin la democratización del sistema político marroquí, actualmente con elementos no democráticos fuertemente arraigados en la sociedad.
El Majzen es un poder político de élites concentradas, pero con recursos muy bien diversificados, por lo que su capacidad de mover fichas, negociar cambios parciales o cooptar opositores es enorme. No hay que perder de vista que estamos hablando de un cuerpo de poder estatal que ni siquiera los colonos europeos pudieron desmantelar, sino que optaron por conservarlo casi intacto para asegurar la buena gobernanza del país a favor de sus intereses coloniales. Por consiguiente, el Majzen sobrevive como siempre, protegido por sus aliados internacionales y sus élites locales, que funcionan como pararrayos para preservar la institución monárquica.
En sociedades tan jerarquizadas como la marroquí, no es fácil que los individuos desarrollen una conciencia de ciudadanía colectiva. Y cuando lo hacen, se encuentran con la dificultad de movilizarse para luchar por este objetivo desde dentro de un sistema que patrocina la fragmentación social. La monarquía marroquí nunca fue un factor de unificación nacional; al contrario, su poder se refuerza precisamente por su capacidad de presentarse como árbitro entre los actores de una sociedad dividida. El paréntesis democrático que había abierto el Movimiento 20-F se vio cerrado a través de la reforma constitucional de 2011, que consiguió aglutinar al grueso de las élites en defensa del statu quo del sistema.
El Majzen es un poder político de élites concentradas, pero con recursos muy bien diversificados por lo que su capacidad de mover fichas, negociar cambios parciales o cooptar opositores es enorme. No hay que perder de vista que estamos hablando de un cuerpo de poder estatal que ni siquiera los colonos europeos pudieron desmantelar; sino que optaron por conservarlo casi intacto para asegurar la buena gobernanza del país a favor de sus intereses coloniales. Por consiguiente, el Majzen sobrevive como siempre, protegido por sus aliados internacionales y sus élites locales, que funcionan como pararrayos para preservar la institución monárquica.[2]
En sociedades tan jerarquizadas como la marroquí, no es fácil que los individuos desarrollen una conciencia de ciudadanía colectiva. Y cuando lo hacen, se encuentran con la dificultad de movilizarse para luchar por este objetivo desde dentro de un sistema que patrocina la fragmentación social. La monarquía marroquí nunca fue un factor de unificación nacional, al contrario, su poder se refuerza precisamente por su capacidad de presentarse como árbitro entre los actores de una sociedad dividida.[3] El paréntesis democrático que había abierto el Movimiento 20-F se vio cerrado a través de la reforma constitucional de 2011, que consiguió aglutinar al grueso de las élites en defensa del statu quo del sistema.
- La lucha no ha terminado: ¿por qué es necesaria la izquierda en Marruecos?
La concentración de poder político y económico en el sistema político marroquí no implica que éste no tenga debilidades y retos que pueden poner en riesgo su autoridad: la pobreza de amplios sectores de la población, los altos índices de paro, especialmente entre los jóvenes (24 %), el atraso cultural y el auge del fundamentalismo religioso, entre otros. Estos factores constituyen retos y amenazas a los que el régimen debe enfrentarse. El Movimiento 20-F no ha supuesto el fin de la lucha social en el país. En octubre de 2016, un accidente en el cual se cobró la vida de un joven rifeño —interpretado como fruto de un abuso de poder— obligó al sistema político a colisionar de nuevo con un difícil desafío popular: el Ḥirāk del Rif (2017). El movimiento rifeño resume la enorme injusticia territorial que supone el abandono de regiones o el «Marruecos no útil», según el término colonial. El Rif, una región con una serie de particularidades étnicas, culturales y lingüísticas, pero sin reconocimiento político (y ni siquiera administrativo), constituye un territorio con una compleja relación histórica con el Estado. El movimiento, liderado por Nasser El Zefzafi, no hizo más que dar visibilidad a los desafíos de la política territorial marroquí, cubierta por una propaganda cortesana de corte medieval.[4]
La clase política oficial estigmatizó desde el primer día la protesta rifeña por traición y separatismo, incluso por parte los partidos de la izquierda histórica PPS y USFP. El apoyo incondicional de la izquierda no parlamentaria a la dinámica popular del Rif se limitaba al nivel discursivo y mediático,[5] ya que sobre el terreno estas tendencias no tienen mucha capacidad de maniobrar políticamente en aquella región por su carácter minoritario. El Ḥirāk del Rif demostró que el sistema político marroquí representa únicamente la voz de los más fuertes. El régimen no tuvo más respuesta que la represión. En octubre de 2017 el monarca pronunció un discurso parlamentario para decir lo que todo el mundo sabía entonces: “El modelo económico marroquí ha fracasado, no es capaz de cumplir con las esperanzas de la ciudadanía de un desarrollo socioeconómico sostenible”.
Dos meses después, ya en 2018, y paralelamente con la dinámica de protestas sociales que seguía desarrollándose en el Rif y en la diáspora marroquí, reivindicando la liberación de los presos políticos rifeños, estalló otra revuelta popular en la ciudad de Yerada. Esta vez se trataba de un movimiento de carácter puramente social, que salía a las calles reivindicando políticas sociales, ataviado con la bandera marroquí y las fotos del rey. No obstante, el resultado fue el mismo: detención de los cabecillas e ineficacia completa a la hora de aplicar políticas sociales de emergencia.
Es evidente que el régimen no plantea ninguna solución fuera de las estructuras autoritarias del sistema: en diciembre de 2019, el monarca nombró a Chakib Benmoussa, un tecnócrata que fue ministro del Interior (cargo no electo en Marruecos), para presidir un comité nacional dedicado a elaborar un plan de desarrollo socioeconómico. Tras meses de consultas con los actores sociales y visitas a ciudades y regiones, el dirigente marroquí concluía con el mismo diagnóstico declarado un mes antes por el propio gobernador del Banco de Marruecos, Abdelattif Jouahri: existe una crisis de confianza en las instituciones.[6] Finalmente, los tecnócratas marroquíes no presentaron números ni ecuaciones económicas sino indicios claros de que la problemática esencial es de carácter político y exige soluciones de tal naturaleza.
Ahora bien, esta falta de confianza, que fue interpretada en el debate mediático como una crítica a los partidos políticos, no se limita a un sector, clase o nivel concreto de gestión. Es un fenómeno social presente en todas las instituciones y ámbitos públicos. La desconfianza es una lacra común entre ciudadano y Estado, trabajador y empresa, consumidor y productor, inversor y mercado, sociedad y servicios públicos, etc. Los presos políticos produjeron, de forma inconsciente, el marco teórico de un discurso izquierdista más cercano al lenguaje popular y comprensible para la masa social. No obstante, no contaban con las herramientas necesarias para presionar al sistema. En un contexto internacional y regional caracterizado por el auge del autoritarismo, resulta casi imposible lograr un cambio en las reglas del juego; al contrario, el margen de la libertad de expresión se encuentra cada vez más restringido por la liquidación sistemática de la prensa independiente y la represión contra los periodistas y activistas más relevantes.
Basándonos en lo anterior, se puede concluir que el sistema político todavía no encarna los valores de la modernidad social y política que el país necesita. Los derechos humanos que tanto enfatiza la propaganda oficial no dejan de ser una campaña de relaciones públicas dirigida, en primer lugar, al extranjero, con el objetivo de blanquear la imagen del sistema y de sus principales actores. De ninguna manera se trata de una convicción ideológica de la élite, ni de un proceder sistemático en el funcionamiento habitual de las instituciones estatales. En el ámbito económico, la situación es aún más crítica. Las clases desfavorecidas no disponen de ningún canal político para defender sus intereses y están sometidas por completo al antojo autoritario de las élites locales y del capital extranjero. Dada la situación actual, resulta difícil para los partidos de la izquierda marroquí superar sus obstáculos históricos y convertirse en un factor determinante de la política nacional.
Los desafíos son enormes, toda vez que el fundamentalismo religioso y el atraso cultural dominantes condicionan visiblemente la conciencia social de la población. La historia heroica de la izquierda marroquí en la lucha por la justicia social, y el sacrificio de sus figuras históricas por este ideal humano, ya no son suficientes para adquirir legitimidad política ni lograr credibilidad social, especialmente entre las nuevas generaciones juveniles que desconocen la coyuntura histórica del Marruecos poscolonial (1956-1991).
Hoy día, una nueva izquierda progresista y democrática en Marruecos es más necesaria que nunca, con la misión de representar el compromiso con los valores universales y democráticos de la humanidad. En el escenario político marroquí contemporáneo se hace indispensable la fuerza de una tendencia progresista y modernizadora que elabore un discurso aglutinador de las clases medias y bajas, y que ejerza de contrapoder para alcanzar un cierto equilibrio entre los poderes fácticos del Estado y la inmensa mayoría social, ya que la democracia es un bien común de todos, tanto del pueblo llano como de las élites acomodadas.
Artuculo publicado: 4 de mayo de 2025.
[1] Las organizaciones internacionales de derechos humanos no cesan de criticar al régimen marroquí por sus prácticas de represión contra los opositores, periodistas y activistas. En julio de 2021, el Ministerio de Exteriores estadounidense se mostraba decepcionado por la sentencia de cárcel contra el periodista Solayman El Raisuni, considerándola contradictoria con la Constitución de Reino de Marruecos y sus obligaciones internacionales en la materia de derechos humanos. Wā̕il, Burṧāṧn, Hespress, 23 de febrero de 2022, https://www.hespress.com/%D8%A7%D9%84%D8%AE%D8%A7%D8%B1%D8%AC%D9%8A%D8%A9-%D8%A7%D9%84%D8%A3%D9%85%D8%B1%D9%8A%D9%83%D9%8A%D8%A9-%D8%A5%D8%AF%D8%A7%D9%86%D8%A9-%D8%A7%D9%84%D8%B5%D8%AD%D8%A7%D9%81%D9%8A-%D8%A7%D9%84%D8%B1-849343.html, ( consulta: 18 de enero de 2023).
[2] Laura, Feliu y Izquierdo, Ferran, “Estructuras del poder y desafíos populares. La respuesta…”, pp. 212-218.
[3] Véase, Tozy, Mohamed. Monarquía e islam político en Marruecos, Barcelona, Bellaterra, 2000. Y, Said, El Ghazi El Imlahi, “La política religiosa del Protectorado español…”, pp. 77-114.
[4] Véase Moustapha, Jali, “Las protestas de Marruecos entre la crisis de intermediaciones y la crisis del consenso”, Centro Al-Jazeera de Estudios, abril de 2018,
https://studies.aljazeera.net/ar/reports/2018/04/180402052701944.html, (consulta: 1 de febrero de 2023).
[5] La prensa árabe destacó la inclinación de la izquierda al movimiento rifeño y el compromiso de sus figuras en defender esta dinámica y sus líderes. Estos fundaron un comité nacional para apoyar el Hirak descartando la participación de los islamistas de Justicia y Caridad. Hespress. “La izquierda Lanza un Plataforma civil para apoyar el Hirak rifeño sin la participación islamista”, 24 de abril de 2017,
https://www.hespress.com/%D9%8A%D8%B3%D8%A7%D8%B1%D9%8A%D9%88%D9%86-%D9%8A%D8%B7%D9%84%D9%82%D9%88%D9%86-%D9%84%D8%AC%D9%86%D8%A9-%D8%AF%D8%B9%D9%85-%D9%85%D8%B7%D8%A7%D9%84%D8%A8-%D8%AD%D8%B1%D8%A7%D9%83-%D8%A7%D9%84-354395.html, (consulta: 1 de febrero de 2023).
[6] Hespress. 25 de junio de 2022,
https://www.hespress.com/%D8%A7%D9%86%D8%AA%D9%82%D8%A7%D8%AF%D8%A7%D8%AA-%D8%A8%D9%86%D9%85%D9%88%D8%B3%D9%89-%D9%88%D8%A7%D9%84%D8%AC%D9%88%D8%A7%D9%87%D8%B1%D9%8A-%D8%AA%D8%B6%D8%B9-%D8%AB%D9%82%D8%A9-%D8%A7%D9%84%D9%86-841734.html, (consulta: 1 de febrero de 2023).
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