Hassan Aourid no es un intelectual cualquiera en Marruecos; es una figura destacada gracias a su amplia experiencia dentro de las instituciones estatales y sus estrechos vínculos con los altos cargos del Majzen, el sistema tradicional de poder en el país. A lo largo de su carrera política, ha pasado de ser portavoz del palacio real a gobernador de la región de Mequinez, hasta llegar a ser nombrado historiador del Reino de Marruecos. Tras su paso por el servicio estatal, Aourid se ha volcado en la carrera académica y cultural, con una prolífica producción científica y literaria, en la que reafirma la huella marroquí en la literatura árabe y el pensamiento político del Magreb contemporáneo. Con una sólida formación en árabe, francés e inglés, y un profundo conocimiento de la realidad internacional, esta destacada figura marroquí ofrece un proyecto cultural integrador que abarca tanto libros de pensamiento político como obras literarias de índole histórica y social.
En sus textos, tanto de ciencia política como en sus obras literarias, Hassan Aourid analiza la realidad sociopolítica de Marruecos en particular y del mundo árabe en general. Su aportación se sustenta en un profundo conocimiento de diversas etapas, fruto tanto de estudios académicos rigurosos como de su experiencia en la política. Además, sus obras reflejan una herencia identitaria arraigada, que el autor utiliza para destacar las complejas intersecciones culturales que definen al ser marroquí.
Sin embargo, la destacada figura del autor en la escena cultural marroquí no es el único motivo para redactar esta reseña; también lo es el valor científico de su reciente obra, titulada La seducción del populismo en el mundo árabe: la nueva esclavitud voluntaria. Nos encontramos ante un análisis sociopolítico fundamental para comprender la realidad de una región clave en la evolución del mundo contemporáneo.
En este contexto, el autor comienza su análisis definiendo el concepto cultural y político del Mundo Árabe. Durante las décadas de auge del nacionalismo árabe (1950-1980), se utilizaba el término ‘patria árabe’. Sin embargo, tras la caída del Muro de Berlín (1989) y la Segunda Guerra del Golfo (1991), se introdujo un término de connotación puramente geográfica: Oriente Medio y Norte de África. Este nuevo concepto omite la dimensión cultural, un aspecto esencial que no puede ser relegado en el estudio de esta región. Aunque es cierto que los países en cuestión poseen numerosas particularidades y diversidades internas, no se puede negar la existencia de un Mundo Árabe unido por el idioma y ciertos elementos culturales e históricos. Es un bloque de países conectados por vínculos que trascienden la geografía y tocan una profunda civilización acumulada a lo largo de los siglos, en la cual, evidentemente, Israel no está incluido, a pesar de lo que sugiere el término geográfico mencionado.
En esta línea, el autor marroquí retoma la tesis de Antoun Saadah, quien define el Mundo Árabe en cuatro entidades principales, aunque ninguna de ellas es homogénea: a) La península arábiga, que, a pesar de ser la cuna de la arabidad, no presenta una armonía entre sus países; b) Mesopotamia, conocida como la región de las minorías debido a la diversidad religiosa, étnica y cultural que alberga tanto entre sus países como dentro de cada uno; c) El valle del Nilo, políticamente dividido; y d) El Magreb, un mosaico étnico y cultural que combina árabes y bereberes, con fuertes influencias demográficas y culturales procedentes principalmente de África subsahariana y al-Ándalus.
El Mundo Árabe enfrenta actualmente una situación muy compleja. El agotamiento del nacionalismo, que fue la ideología dominante durante las décadas de 1945 a 1970, y el fracaso de la utopía islamista han dejado a la región sin una narrativa común o un proyecto de progreso social y político. En un contexto global marcado por el auge del populismo de extrema derecha occidental, los ideales de democracia y derechos humanos carecen de respaldo en las sociedades árabes. Las dinámicas civiles prodemocráticas han retrocedido notablemente, y las sociedades árabes enfrentan una crisis severa en los ámbitos social, político y cultural. La situación en la región ha empeorado significativamente desde 2011. En general, podemos identificar cuatro categorías de países árabes:
- Países fallidos debido a guerras civiles interminables (Yemen, Sudán y Siria).
- Países afectados por sistemas doctrinales conflictivos y corruptos (Líbano e Irak).
- Países paralizados por la liquidación sistemática de la vida política (Túnez y Egipto).
- Países en pugna por el poder regional (Marruecos y Argelia).
Un factor común en todos estos países es la crisis socioeconómica, caracterizada por altas tasas de desempleo y una juventud atrapada entre el radicalismo religioso y la migración ilegal. La única excepción a esta tendencia son los países del Golfo, que, aunque gozan de rentas petroleras, siguen siendo vulnerables debido a tensiones internas políticas y doctrinales
El Mundo Árabe, sin duda, ocupa un lugar destacado en el mapa geoestratégico internacional. Es una región clave y atractiva debido a su ubicación geográfica, su herencia cultural y su riqueza natural. En cualquier crisis global, como la guerra en Ucrania, la región árabe recupera su importancia como campo de rivalidad entre las potencias occidentales, Rusia y China. La relevancia estratégica de la región nos obliga a examinar las dinámicas internas de sus sociedades, la actitud política de sus actores y el desarrollo de sus instituciones sociales y religiosas. El fracaso del Mundo Árabe en adaptarse a la gran transformación global tras la caída del Muro de Berlín en los años noventa ha sido un factor que contribuyó a la ola de violencia y terrorismo subsiguiente. La actual parálisis política y económica en muchos de estos países es un estado peligroso que podría provocar una migración masiva e ilegal de jóvenes desesperados hacia Europa. Además, la causa palestina sigue siendo un núcleo crucial en la crisis del sistema internacional establecido después de la Segunda Guerra Mundial. La evolución del Mundo Árabe es, por tanto, una cuestión fundamental para la seguridad global.
Durante la Primavera Árabe en 2011, el Mundo Árabe se destacó como una región potencialmente lista para adoptar una experiencia progresista a nivel global. Esta perspectiva fue respaldada por el intelectual tunecino Moncef Marzouki, quien en ese momento consideraba que no existían obstáculos culturales o identitarios que impidieran la democracia en estos países. En las calles árabes, los eslóganes de igualdad y libertad, aunque con un fondo religioso, reflejaban el mismo fervor democrático que caracterizó la transición tras la caída del Muro de Berlín. En Marruecos y Jordania, los manifestantes demostraron una madurez notable al no exigir la abolición de la monarquía. En cambio, pidieron la separación de poderes y protestaron enérgicamente contra la tiranía y la corrupción, lo que sugiere que el concepto de ciudadanía estaba claramente delineado en la mente de los jóvenes activistas.
Sin embargo, la Primavera Árabe se convirtió en una pesadilla sangrienta en varios países árabes. Las guerras civiles en Libia, Siria y Yemen provocaron las mismas controversias de siempre: ¿es cierto que las sociedades árabes no están preparadas para redefinir los vínculos de poder entre gobernantes y gobernados sobre bases democráticas y valores de ciudadanía universal? ¿Hasta qué punto sería realista construir una democracia sobre estructuras estatales incompletas? El economista egipcio Samir Soulayman resume el problema con una frase: “regímenes fuertes en Estados débiles”.
En los países árabes, los conceptos políticos no reflejan la realidad social. El término ‘Estado’ simplemente se refiere al poder y a la autoridad, sin connotaciones institucionales. La ley se convierte en el capricho del sultán, líder o gobernador, y no tiene relación con la implementación de un sistema de justicia imparcial para toda la ciudadanía. La sociedad civil se asemeja a un gran teatro social dominado por actores subordinados al sistema dominante. La prensa actúa como un eco del discurso producido por los servicios de inteligencia. En resumen, según el autor en la presentación de su obra, los países de cultura arabo-musulmana están aún lejos de incorporar la modernidad en su fase política estatal.
Basándonos en lo anterior, podemos deducir fácilmente que el populismo se presenta como el único destino visible en el momento árabe actual. De hecho, los países árabes están inmersos en lo que podemos denominar un «momento populista», según el término acuñado por la politóloga belga Chantal Mouffe. Es decir, las sociedades árabes carecen de una perspectiva de futuro, no tienen una narrativa colectiva sólida ni cuentan con figuras intelectuales o simbólicas que ofrezcan alternativas. En política, al igual que en la naturaleza, no existe el vacío; y este vacío es precisamente lo que da origen al populismo.
Tras décadas de un espejismo ideológico encarnado en narrativas colectivas como el nacionalismo árabe, el islam político e incluso la modernización democrática durante las revueltas de la Primavera Árabe en 2011, el mundo árabe parece haber vuelto a una parálisis total, similar a la que experimentó durante el periodo prerreformista anterior a las ultimas decádas del siglo XIX. El populismo se convierte así en un reflejo de la decadencia general que atraviesan la política, la economía y la cultura. Esta situación alimenta un sentimiento de ira y rechazo en las masas sociales, especialmente entre los jóvenes, y deja a la sociedad sumergida en una visión simplista y acrítica de la realidad.
Este libro diagnostica los síntomas de este estado crónico en el mundo árabe y analiza los factores que han propiciado a este retroceso sociopolítico en un contexto global especialmente peligroso, marcado por una notable inclinación del “mundo libre” hacia la extrema derecha y el belicismo creciente de potencias mundiales como Rusia, y posiblemente China.
Artículo publicado: 12 de septiembre de 2024
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