Desde la fundación del reino en 1932 la dinastía al-Saud domina de manera férrea la sociedad. Bendecida por los azares de la geología, esta dinastía ha utilizado sus vastas riquezas para ahogar todo atisbo de oposición política o pluralismo social bajo un diluvio de petrodólares que ha garantizado hasta el momento la paz social. Sin embargo, esta etapa comienza a vislumbrar su final; la era post- petróleo es inminente. La reforma estructural de la economía saudí se presenta imprescindible para independizarse de las rentas del combustible, una tarea que el reino saudí emprende con cierto retraso si la comparamos con su vecino de Emiratos Árabes Unidos, quien comenzó a diversificar la actividad económica hace ya cuatro décadas.
El príncipe heredero Mohamed b. Salmán, quien dirige actualmente el Estado árabe, presentaba al mundo el 25 de abril de 2016 su ambiciosa visión del Reino para la década de 2020-2030.[1] Esta consistía en un plan estratégico de inversiones exorbitantes, el mayor en la historia del reino; el Estado invertiría unos siete trillones de dólares en los próximos diez años, más de lo gastado en el país en trecientos años de historia.[2] Los sectores del turismo y servicios encabezarían la lista de los campos económicos operando como catalizadores de este nuevo proceso. Entre las numerosas acciones que comprende este plan de actuación se encuentra el inmenso proyecto de la ciudad Neom (provincia de Tabuk) en la costa del mar rojo, que ejemplifica el nuevo modelo de desarrollo socioeconómico que pretende Arabia Saudí. Se trata de una ciudad inteligente que pretende atraer al turismo, pero que a su vez aspira a erigirse como centro de inversión e imán para el comercio internacional. La ciudad se alimentará de fuentes de energía renovables, principalmente hidrogeno verde y energía solar, dos fuentes de energía en las cuales Arabia Saudí almacena grandes posibilidades de desarrollo. Este proyecto de metamorfosis económica estará financiado por el Fondo Soberano Saudí y consistirá en una inversión de 500.000 millones de dólares. No obstante, la pregunta calve que surge al respecto es: ¿un proyecto capitalista de estas dimensiones podrá triunfar en uno de los países más antagónico al liberalismo social? Es sabido que la sociedad saudí está fuertemente marcada por el fundamentalismo religioso y gestionada desde hace décadas por el wahabismo, una de las doctrinas más rígida del islam.
Sin embargo, durante una entrevista a la televisión saudí el 28 de abril de 2021, el heredero al trono b. Salman sorprendió con sus declaraciones afirmando que Arabia Saudí, el país más conservador del mundo en cuanto a tradición religiosa, plantea una reforma legislativa y doctrinal que, sin duda alguna, despertaría una inmensa polémica en todo el mundo árabe y tendría un efecto que iría más allá del objetivo de modernizar el estilo de vida del país. El príncipe saudí pretende limitar el alcance de los textos que se derivan de la tradición profética, fuente principal de la legislación islámica, en el uso jurídico y social de las instituciones saudíes contando únicamente con el Corán y con aquellas tradiciones proféticas más consolidadas.
Para comprender el alance de un cambio tan drástico como este en las esferas más altas del Estado saudí, debemos tener en cuenta que los seguidores de la doctrina salafí en general y el wahabismo en particular (la doctrina oficial de Arabia Saudí), han sido siempre fervorosos defensores de la sunna: los dichos, aprobaciones (o desaprobaciones) explicitas e implícitas del profeta Muhammad, establecida metodológicamente como ciencia islámica (‛ilm al-ḥadīṯ) a partir del segundo siglo de la era musulmana. La doctrina wahabí, estigmatizada por ser el manantial del yihadismo internacional, se fundamenta en los textos más “radicales” de la sunna, fuente principal de la religión musulmana tras el Corán. Los textos de dicha tradición por muy débil que sea su autenticidad son la herramienta principal para interpretar el Corán y establecer opiniones jurídicas. Los ulemas del ḥadīṯ (sunna), ocupan un lugar privilegiado en la jerarquía de los alfaquíes saudíes.
La intención del príncipe saudí es anular la legitimidad religiosa de los hadices (pl. hadiz) mencionados en las fuentes cuya autenticidad no esté garantizada de forma absoluta. Esta circunstancia, de llevarse a cabo, reduciría considerablemente el corpus de textos válidos únicamente a los dichos proféticos avalados por la tradición islámica a través de numerosas cadenas de transmisión, es decir, los conocidos como hadices mutawātir. El príncipe b. Salmán pretende eliminar como fuente legislativa el 90% de la sunna islámica. Por consiguiente, la reforma significaría desacreditar una parte considerable del Código Penal islámico y un amplio número de normas de carácter social, el principal espacio de la influencia espiritual de los ulemas.
Esta medida, en caso de ponerse en práctica, supondría una reforma cuyo alcance no tiene precedentes en la historia islámica, ni siquiera en los sectores más reformistas. Es más, incluso las tendencias laicas en las sociedades árabes jamás osaron rechazar de esta forma tan tajante una fuente sagrada del islam, sino que se limitaron a recurrir a interpretaciones simbólicas o espirituales para trascender la visión rigorista de los alfaquíes, guardianes del modus vivendi musulmán.[3]
Hasta el momento ninguna institución islámica ha reaccionado. El príncipe heredero dejó claro que la mínima oposición a sus planes sería considerada crimen y rebeldía. Esta cuestión demuestra la voluntad política del Estado para llevar a cabo de manera decidida una reforma radical de una de las bases sobre la que se sustenta la aplicación práctica de la religión islámica. Esta circunstancia implica liquidar de manera definitiva la ideología wahabí, doctrina oficial del Estado saudí desde su primera fundación en el siglo XVIII. Las consecuencias de una reforma precipitada y de esta envergadura podría causar una serie de contratiempos y, casi con toda probabilidad, incrementaría la actividad terrorista en la región, especialmente porque el poder político saudí no cuenta con una base social culta e ilustrada, por lo que esta medida supondría un intento de reforma socio-religiosa impuesta desde arriba por el cuerpo estatal.
El debate público árabe está dividido en dos tendencias de opinión respecto a este asunto: Hamed Abdel-Samad, intelectual egipcio conocido por sus libros y programas de crítica al islam, estima que la modernidad incompleta propuesta por el príncipe saudí no es suficiente porque no se origina desde una referencia laica, plural y democrática. Además, no ofrece garantías respecto al futuro en un país sin instituciones políticas sólidas, por lo que un cambio de gobierno podría revertir dicha reforma. En cualquier momento podría llegar al poder un soberano conservador que echaría todo a perder en un día como ha demostrado la experiencia histórica en varios países islámicos como Irán y Turquía. Por otro lado, los optimistas esgrimen la experiencia del reformismo religioso anglicano en Inglaterra en la época del monarca Enrique VIII (1534), motivado también por razones autoritarias, pero fue el primer paso hacia la modernidad social y política del país en etapas históricas posteriores.
No obstante, a pesar del poder absoluto de la monarquía saudí, la cuestión del reformismo socio-religioso se presenta como un asunto complejo a distintos niveles. Respecto al Código Penal, por ejemplo, cuestiones vigentes como la lapidación están establecidas por la sunna, pero otras como la pena de muerte y la amputación están vigentes en virtud del texto coránico, la constitución permanente de Arabia Saudí, según las propias palabras del príncipe b. Salmán. En otro ámbito como la economía el carácter insuficiente de la reforma es más que obvio, pues el príncipe saudí se mostró contrario a la aplicación del impuesto sobre la renta en el país, una convicción monárquica tradicionalista basada en interpretaciones coránicas. Una circunstancia que evidencia la ineficacia crónica en los sistemas tributarios de los países del Golfo. La ausencia de este principio económico vital en un Estado contemporáneo pone en duda la capacidad de estas monarquías tribales para modernizarse en un futuro cercano. En realidad, no nos faltan indicios sobre la limitación de esta transformación social en el país árabe. Sirva como prueba el hecho de que los ulemas reformistas pioneros en criticar el wahabismo siguen en la cárcel como el teólogo Hassan Frahan al-Maliki. Lo que nos lleva a pensar que la jerarquía religiosa de los ulemas wahabitas se mantendría intacta, simplemente se adaptará a las nuevas instrucciones estatales en materia religiosa. Es decir, los ulemas oficiales, como llevan haciendo desde hace siglos, actuarán a posteriori para justificar la decisión política, cualquiera que esta sea. Esta ha sido una práctica frecuente en la historia política del islam que a menudo ha deslegitimado el poder vigente en cada momento y ha hecho más fuerte a sus adversarios doctrinales. El riesgo es real, el salafismo yihadista ganaría terreno, por lo menos, a nivel discursivo y propagandístico, dependiendo siempre de la evolución social y religiosa en el reino saudí.
[1] Véase, Visión Arabia Saudí 2030. En el siguiente enlace: https://www.vision2030.gov.sa/ar/
[2] Alarabiya.
[3] En la historia cultural del islam se destaca la tendencia del coranismo, una corriente de pensamiento islámico que rechaza el uso del ḥadiṯ y considera el Corán como único texto sagrado de la fe. Ha sido siempre muy minoritaria representada por intelectuales de orientación filosófica y humanista.
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