La religiosidad sufí de los turuq islámicos es la más arraigada en el África Occidental desde los inicios del islam en estas tierras. El sufismo es la única versión del islam que fue capaz de integrarse con la tradición tribal de África y transformar profundamente las creencias paganas de las sociedades locales. Desde el punto de visto identitario islámico, los países africanos al sur del Rio Senegal siguen la tradición doctrinal del Magreb. Estos son mayoritariamente sociedades de carácter sunní malikí con fuertes rasgos de cultura chií por motivos históricos principalmente. No obstante, la estructura social africana está organizada todavía con un solido factor de la religiosidad sufí mucho más influyente en el estilo de vida que en los países del Magreb donde el sufismo actualmente se limita a aspectos folclóricos y culturales debido a la modernización social. Desde el siglo XIII, los jeques y predicadores musulmanes, fueron forjando a través del llamamiento religioso un islam africano muy particular si lo comparamos con el Magreb. La absoluta intersección entre la religión y la cultura tribal-étnica deja sin efecto hablar en términos de ortodoxia islámica en los territorios africanos. El islam en la cultura negra es una fe popular vinculada a los festividades sociales y espirituales y está motivada por la santidad que otorgan las sociedades locales a los jeques, mezquitas, mausoleos o simplemente a imágenes y monumentos simbólicos. Resulta llamativo en este sentido cómo la religiosidad practicada en un país como Senegal, donde tienen un gran arraigo las turuq sufistas, no supone ningún conflicto con las élites laicas y francófonas que dominan el Estado. Esta característica está ausente en el Norte de África, cuyas sociedades en teoría gozan de un mayor desarrollo económico influenciado por la cultura europea.[1]
Las cofradías más presentes en el África Occidental proceden del Magreb y portan elementos de la tradición sufí andalusí. La tarīqa Qādiriyya se extendió desde Fez a través de los descendientes del maestro sufí ‛Abd al-Qādir al-Ŷīlānī (1077-1166), ’Ibrāhīm (m.1196) y ‛Abd Al-‛Azīz (m. 1205), los dos afincados en Al-Ándalus. Los historiadores señalan al jeque Muhammad b. ‛Abd al-Karīm al-Migīlī (1425-1504) como principal promotor de la cofradía Qādiriyya en la cuenca del Rio Níger. En Senegal la tarīqa alcanzó su auge en el siglo XIX, por el surgimiento de dos jeques de gran abolengo religioso entre los africanos: el jeque al-Mujtār al-Kintī (m.1811) y el jeque Muhammad al-Fādil b. Māmīnā (m.1869). Ambos impulsaron un gran movimiento socio-religioso en África Occidental en el cual la élite religiosa mauritana desempeñó un rol determinante en la expansión de dicha tradición.
La tarīqa Tiŷāniyya es la segunda cofradía más extendida en esta región de África. Esta fue fundada por el jeque argelino ’Aḥmad Tiŷānī (1737-1815) natural de ‛Ayn Māḍī quien se asentó en la ciudad de Fez donde se encuentra su mausoleo en la actualidad. La expansión de la cofradía en África Occidental tuvo lugar en el siglo XIX a través del jeque Muḥammad Ḥāfiẓ b. Ḥabīb Šinqīṭī (m.1831), quien recibió el encargo de parte de Aḥmad Tiŷānī de extender esta vía en la región a través de la predicación.
Existen cofradías originales de África como la al-Murīdiyya natural de Senegal y la cofradía al-Llāhīniyya, una orden religiosa compuesta por seguidores de un jeque llamado Libās tyāw (1843-1909), autoproclamado imām y profeta enviado por Dios a “la raza negra”. Los adeptos de este jeque religioso creen en el cómo Mahdī, figura escatológica del islam.
El sufismo africano es más un fenómeno social que una simple práctica religiosa. A grandes rasgos, es una organización espiritual que abarca un amplio rol en la vida social, económica y cultural de los adeptos, donde encontramos los mismos rasgos doctrinales del islam cofrade del Magreb. La centralidad del jeque es fundamental en esta práctica sufí. La enseñanza religiosa se transmite obligatoriamente a través de un maestro espiritual como está establecido en la tradición del talqīn del jeque Abū Yazīd al-Busṭāmī, autor de la siguiente frase como máxima general de la enseñanza sufí: “Quien no tiene dueño (jeque), tiene como imán al demonio”.[2]
Este grado de santidad otorgado por una masa social a una autoridad religiosa se traduce en un enorme poder en las esferas política y económica. La orden cofrade se convierte en una institución organizada estructuralmente a nivel socio-económico en las sociedades africanas. La orden está encabezada por un jalifa, un lugar teniente del fundador que dirige la masa de creyentes mediante una red influyente de muqadamīn (representantes). Las cofradías dirigen la cultura y la vida espiritual de los países de África Central a través de un sistema educativo tradicional muy popular. La tarīqa Murīdiyya en Senegal, por ejemplo, dispone de escuelas Al-’Azhar (sistema local de enseñanza tradicional) que reúnen 72.000 estudiantes. Estas instituciones de enseñanza no solamente desempeñan una labor de islamización, sino también de arabización que puede observarse en estas últimas décadas como fenómeno notable. Los vínculos de solidaridad entre la masa cofrade son fuertes por la práctica común del matrimonio concertado, además de la actividad económica y el esfuerzo de caridad que mantienen las cofradías como principales funciones de la orden (tarīqa). En resumen, las cofradías, más bien, son círculos de poder social más fuertes que las tribus y los partidos políticos o cualquier otra formación social tradicional o moderna. En Senegal, por ejemplo, la clase política francófona que pertenece en su mayor parte a la cofradía Tiŷāniyya, por motivos históricos, procura mantener buenas relaciones con la ṭarīqa al-Murīdiyya a través de visitas protocolarias y financiación generosa de sus actividades. El poder electoral de las ṭuruq en África Occidental es enorme por la capacidad de estas organizaciones de movilizar a las masas sociales.[3]
El sufismo se presenta como una vía espiritual que abarca la dimensión mística o esotérica del islam, un modo de relación con lo divino y el universo que antepone el espíritu a lo material. No obstante, las turuq actuales están muy lejos de presentar dicha profundidad mística y filosófica de los padres fundadores como al-Ḥallāŷ (m. 922) o Ibn ‛Arabī (m. 1240). El sufismo practicado popularmente adquirió con el paso del tiempo un grado fuerte de conservadurismo social y religioso. El liderazgo espiritual se transmite de manera hereditaria a través de la sucesión padre-hijo en la mayoría de los casos, no obstante, a través de la formación teológica, el carisma personal y el culto individual, estas órdenes espirituales llegaron a renovarse generando polos de atracción religiosa influyentes en la sociedad. En los últimos años el sufismo africano está impulsando nuevos fenómenos de liderazgo espiritual-político en el continente. ‛Uṯmān Ḥaydra en Mali es un caso excepcional en este sentido. Un religioso que reúne varios elementos de éxito en su discurso religioso: carisma personal, linaje jerife y capacidad de gestión económica y política. El nuevo líder, surgido en el seno de la cofradía Tiŷāniyya, ha conseguido renovar la orden sufí en Mali organizando a dos millones de personas en estructuras sociales sólidas y reforzadas económicamente por un fuerte imperio comercial y mediático. Por consiguiente, mediante su movimiento ’Anṣār al-ddīn,[4] el jerife de Mali está sumido en una terrible pugna ideológica contra los yihadistas que golpean su país duramente.
Históricamente los jeques religiosos mauritanos jugaron un papel enorme en la expansión del sufismo islámico en África Occidental. Su labor sigue vigente hoy en día a través de fuertes contactos entre los jeques de este país y sus homólogos en el Sáhara y el Sahel. En este contexto, se destaca la figura del jeque Ḥaŷŷ Wuld al-Mašrī, quien convirtió su ciudad natal Ma‛ṭā Mūlānā en un centro sufí que reúne una masa de creyentes compuesta por todas la etnias y tribus de la región. Un poblado cosmopolita en la mitad del desierto africano con un particular modelo de organización y gestión basado en las enseñanzas religiosas del jeque. La participación femenina es esencial en el funcionamiento del centro sufí y sus órganos económicos y administrativos. La particularidad de este modo de vida genera una gran capacidad de atracción socio-cultural, no en vano numerosos musulmanes europeos acuden al centro sufí en busca de un refugio espiritual. Un fenómeno que ha despertado sospechas en los medios de comunicación occidentales.
La cofradía Qādiriyya también posee una figura excepcional que ocupa un lugar privilegiado dentro de la élite política de Mauritania. El jeque Sīdī Muḥammad b. al-Šīj Sīdyā (al-Fajāma), quien pertenece a una familia de gran abolengo religioso en la región del Sahel. Alrededor del jeque se agrupan miles de estudiantes del Instituto islámico que dirige en su ciudad al-Balad al-’Amīn. El prestigio del jeque y de la institución que lidera ha permitido que algunos de sus discípulos se encuentren presentes entre las altas esferas estatales en Mauritania, llegando a formar parte del gabinete del ex presidente del país Muḥammad Wuld ‛Abd al-’Azīz.
En cuanto a la naturaleza de estos movimientos, los religiosos sufíes suelen enfatizar el papel de sus prácticas religiosas en la lucha contra el terrorismo yihadista. Las ensañas del islam sufí abogan por la paz social y la reconciliación espiritual hacia la sociedad y el medio ambiente. Es una doctrina de integración y tolerancia en diferentes aspectos sociales y políticos. No obstante, el sufismo como religiosidad tradicional no deja de ser un modelo impositivo, en el que se establece una rígida jerarquía religiosa-social. Una ideología teológica conservadora que legitima las desigualdades sociales de modo notable. Quizá por esta misma razón el salafismo ha conseguido extenderse entre la masa joven de la sociedad africana por su carácter igualitario y crítico hacia el clasismo socio-religioso establecido por los sufís a través de las genealogías de linaje y las tradiciones tribales. Además, el sufismo, a pesar de su carácter apolítico,[5] no está inmune del fundamentalismo religioso. Históricamente, las cofradías actuaron como partidos políticos y lucharon por el poder en guerras sangrientas. En este contexto africano, basta con mencionar el papel bélico de la cofradía Tiŷāniyya con el objetivo de fundar un Estado islámico en África Occidental en la época del jeque Ḥaŷŷ ‛Umar al-Fūtī (1796-1864). La corrupción es un fenómeno habitual en todo tipo de fundaciones de liderazgo sagrado e intocable y las cofradías no son ninguna excepción en este sentido. En los últimos años (2019) el prestigioso jeque mauritano ‛Alī Riḍā al-Ṡa‛īdī, se vio salpicado en una estafa de compra masiva de inmuebles sin fondos, cuyos propietarios aceptaban vender por confianza ciega en la figura de este religioso. Tras comprar casas y fincas con precios excesivos con la esperanza de pagar a largo plazo, los mediadores del jeque vendieron las propiedades de forma inmediata a gente poderosa o bien colocadas en los cargos públicos a precios mucho más bajos. El jeque llegó a acumular 200 millones de dólares de deuda dejando a nueve mil personas sin hogar. Finalmente, el jeque se declaró en bancarrota y lo único que le quedó fueron dos camellas con las que pretende vender su leche para pagar las deudas, como ha llegado a afirmar. Lo más llamativo es que todavía el jeque sufí dispone de adeptos que le defienden y aún no ha sido reclamado por el poder judicial, todo lo contrario, está protegido por sus adeptos y soldados del cuerpo de seguridad estatal.[6]
El sufismo africano es más que una religiosidad regional, es un patrimonio de la humanidad, una riqueza de enseñanzas espirituales y tradiciones folclóricas que se debe proteger y mantener. Sin embargo, en ningún caso debe entenderse como una cura mágica contra el radicalismo religioso y el yihadismo internacional como pretenden algunos jeques y políticos.[7] La religiosidad sufí en contextos determinados puede tomar ciertos matices poco éticos o pacíficos. La capacidad extraordinaria de las tradiciones cofrades en movilizar a las masas sociales y canalizar el discurso socio- político, provoca el deseo autoritario de los regímenes regionales de instrumentalizarlas. El sufismo en el Sahel y el Sahara es una pieza más en el tablero estratégico que supone la agenda exterior de las potencias regionales, pero es otra cuestión que estudiaremos en artículos posteriores.
[1] ‛Imbārki, Jadīm. Al-Taṣawf wa al-ṭruq al-ṣūfiyya fī sinigāl. Rabat: Instituto de Estudios Africanos. 2002. p.8
[2] Maldonado Vázquez, Eduardo. Cofradías Religiosas en Marruecos. Tetuán: Inspección de Intervención y Fuerzas Jalifianas. 1932. p.10
[3] Salim Muhammad, Muhammad. “las dimensiones sociales del sufismo en África Central: las estructuras, funciones y redes”. Al-Jazeera.
[4] En Mali existe otro movimiento yihadista con el mismo nombre ’Anṣār al-ddīn fundado por Iyad Ag Ghali (2011).
[5] El término apolítico en este contexto hace referencia al proyecto político de formar un gobierno islámico tanto global como nacional. El sufismo actualmente no es un partido político-religioso en África Occidental, así como, en el Magreb. Está integrado en el sistema del poder político dominante, aunque no está ajeno a las influencias políticas y el conflicto de poder en la región del Sahel y Sahara.
[6] Al-Jazeera.
[7] Respecto a este debate en el espacio mediático árabe, véase, Ibrahim Issa. Mujtalaf ‛Alayh: al-ṣūfiyya. Al Hurra tv.
Lo sentimos, no se encontraron registros. Ajusta tus criterios de búsqueda y vuelve a intentarlo.
Lo sentimos, no se ha podido cargar la API de Mapas.