Líbano, en cuanto a la geografía, es un país pequeño, pero de un enorme valor geoestratégico en Oriente Medio. Durante décadas ha sido uno de los escenarios principales del conflicto regional y de las pugnas internacionales. Esta situación sigue estando vigente, aunque de un modo menos violento y con menor visibilidad en el exterior, por lo menos en comparación con los años de la guerra civil (1975-1991). Esta particularidad se debe en primer lugar, a las condiciones históricas de la construcción nacional libanesa, cuya identidad política fue evolucionando en circunstancias desfavorables bajo el dominio colonial. Como norma general, la creación del Estado árabe contemporáneo mantuvo vigente una herencia socio-cultural propia de etapas anteriores, en el caso de Líbano, es evidente que la división sectaria del país tiene sus orígenes más remotos en la época otomana y más particularmente en el régimen del Mutasarrifato del Monte de Líbano (1861-1918), una formula política que puso fin al conflicto violento libanés que tuvo lugar entre el año 1860 y 1861. El resultado más destacable de aquella contienda del siglo XIX fue el vínculo surgido entre los maronitas libaneses y Francia a nivel cultural y económico. Líbano, en este sentido, fue la primera base de la influencia europea en Oriente Próximo desde las Cruzadas (S. XI-XIII). Desde entonces, el rol político de la Iglesia Maronita adquirió una naturaleza decisiva.[1]
En el siglo XX, la creación del Estado libanes en virtud del Pacto Nacional del año 1943 arraigó el sistema sectario confesional en la gestión estatal, que cristalizó en un convenio no escrito entre las tres principales comunidades religiosas de Líbano para la división de poderes y reparto de los altos cargos estatales. Este principio constituyente del Estado libanés garantizaba, supuestamente, la soberanía nacional: los cristianos renuncian a la protección occidental y los musulmanes dejan sin efecto la reivindicación nacionalista de anexionar el Monte de Líbano a su entorno árabe de la Gran Siria (País de Sham).[2]
A lo largo de la geografía árabe es evidente que el concepto de la ciudadanía como base de un contrato social entre el gobernador y los gobernados no está presente tanto en la filosofía política del Estado como en la gestión pública del poder dominante. Líbano no es una excepción en este sentido, pero sus particularidades geográficas e históricas no han favorecido el surgimiento de una estructura de poder sólida capaz de someter a la población como súbditos. A diferencia de otros países árabes con sistemas políticos consolidados, Líbano es más bien un Estado frágil. Una confederación de taifas religiosas en la cual mantener el statu quo de la convivencia social es una cuestión política regional y el consenso entre las potencias internacionales influyentes en Oriente Medio.
El régimen establecido en Líbano en virtud del acuerdo de Taif (1989), fue fruto del consenso regional sirio-saudí con el visto bueno de EE. UU. La consecuencia directa de la II guerra del Golfo (1991), cuyo acontecimiento histórico marcaba el fin de la Guerra Fría y la inauguración de la era americana en Oriente Próximo. El renacimiento del Estado libanés en una etapa de un nuevo orden mundial no pretendía en ningún caso anular el sectarismo político confesional sino reproducirlo de nuevo, pero de un modo que los poderes extranjeros influyentes en el territorio libanés pudiesen controlar. Tras quince años de guerra civil, los equilibrios políticos, militares y económicos se transformaron totalmente acabando con la hegemonía maronita y resaltando, en cambio, a la comunidad sunní como actor principal de la escena política nacional, debido, principalmente, al poder económico saudí que sostuvo a su hombre fuerte en este país, Rafiq Hariri,[3] y a la presencia militar siria en territorio libanés (1991-2005).
Al amparo de la pugna sunní/chií en Oriente Medio provocada por la conquista estadounidense de Iraq (2003), que resucitó los planes de expansión iraníes en la región, la fórmula de Taif llegaba a su fin en 2005. Como consecuencia del asesinato del presidente del gobierno libanés Rafiq Hariri en aquel año, el régimen sirio, aliado de los iraníes, se vio obligado a abandonar Líbano bajo la presión internacional, sin embargo, los cálculos políticos del bloque hostil a Siria (conocido como las fuerzas del 14 de marzo) no se cumplieron. En la siguiente década, el país terminó cayendo bajo el dominio de Hezbolá que prácticamente formaría un Estado dentro del Estado con su propio ejército y avanzados sistemas de comunicación y servicios sociales y sanitarios. El chiismo político consiguió lo que ni Siria pudo, es decir, contener a una parte importante de la comunidad maronita y nombrar a su aliado cristiano Michel Aoun como jefe de Estado (2016).[4] Finalmente, el sistema que fue diseñado para evitar la dictadura de la mayoría se convirtió en un régimen subordinado a la influencia política de una minoría religiosa.
Este sectarismo libanés, llamado erróneamente Democracia Consensual, es un modo gubernamental incapaz de gestionar los recursos del país. Líbano se ha convertido en un Estado fallido sin instituciones estatales que garanticen los servicios públicos básicos como demostró la crisis de la basura en 2015. En estas circunstancias, hablar de economía nacional en un país dividido en cantones confesionales, como si se tratase de un reino de taifas, no tiene ningún sentido. En realidad, uno de las principales funciones del acuerdo de Taif fue garantizar la financiación de las instituciones gubernamentales de Líbano a través de créditos y préstamos politizados, maniobra económica tolerada por la sociedad internacional, que no hizo otra cosa que enriquecer a los dirigentes políticos, subordinando, aún más, a las masas sociales a sus autoridades naturales en la familia, el clan y la comunidad religiosa.[5]
Por todo lo anterior, era evidente que el sistema sostenido desde el extranjero no aguantaría las embestidas producidas por la transformación del orden regional. Efectivamente, Líbano experimenta una crisis política crónica desde 2005, con largos periodos de vacío gubernamental, incluso en la jefatura del Estado. El más largo de estos vacíos fue de dos años y medio, desde el fin del mandato del ex presidente Michel Sleiman en mayo de 2014 hasta octubre de 2016, fecha en la que fue nombrado el general Michel Aoun como presidente por las cortes libanesas. Por otro lado, la intervención bélica de Hezbolá en Siria en defensa del régimen de al-Assad hizo estallar el conflicto chií-sunní en la región.[6] Arabía Saudí, en contra de toda lógica geoestratégica, decidió poner fin a la trayectoria política de la familia Hariri, el actor político capaz de aglutinar a las masas sunníes vinculadas al reino desde Taif (1991), y apostar por la tendencia maronita más radical: las fuerzas libanesas, con la esperanza de detener la influencia de Hezbolá en este país, un objetivo imposible de llevarse a cabo sin declarar de nuevo la guerra civil. La crisis del sistema alcanzó una fase muy preocupante para la comunidad internacional con dos actos de grave impacto político: la expulsión del puerto de Beirut (2020) y la declaración del Banco de Líbano de la quiebra económica del país (2022).
A pesar de todo este desastre en la gestión estatal, el sistema sectario resiste y continúa gracias a la intervención directa del extranjero, pero con un coste demasiado alto. El país se ha convertido, prácticamente, en una empresa que vive de la ayuda humanitaria prestada por los cabecillas del régimen, ayuda que utilizan para conservar el vínculo con sus respectivas facciones. Los jóvenes emigran masivamente, incluso de la clase alta,[7] una coyuntura lógica en un país sumergido en el pasado, atado a la división religiosa otomana en pleno siglo XXI.
No obstante, no está todo perdido todavía, desde el 17 de octubre de 2019 Líbano experimenta una dinámica social de carácter civil no sectario, una ola de protestas civiles contra la élite política, fenómeno conocido en más de un país árabe como ḥirāk. Es decir, un movimiento que no llega a formular una situación revolucionaria, pero que sí tiene un impacto en la vida política. Esta dinámica de protestas puso fin al gobierno de Saad Hariri apenas semanas después del inicio de las protestas populares.
Como en Argelia, Sudán, Iraq y, en menor medida, Marruecos, el ḥirāk popular pretende establecer mediante la presión de las masas en la calle los cimientos para la implantación de un Estado de derecho. Es decir, un sistema en el cual exista una política anticorrupción real, justicia independiente y separación de poderes. Evidentemente, esta movilización social no está logrando la mayor parte de sus objetivos, pero está llamando la atención sobre la necesidad de un cambio sociopolítico en el país. En Líbano, como en los países árabes antes mencionados, las masas sociales esgrimieron eslóganes de carácter social, sin reivindicar el fin del sistema como ocurrió en 2011. Cesar a toda la clase política fue el blanco primordial del ḥirāk: ¡Que se vayan todos! fue el grito compartido. Esta dinámica sigue adelante hoy en día, condicionada por las circunstancias políticas e incluso sanitarias, por el efecto de la pandemia.
Este movimiento ha sido significativo por diferentes razones. A nivel de participación, vemos que el ḥirāk movilizó a un abanico ideológico y social heterogéneo: activistas civiles, feministas, sindicalista, izquierdistas e incluso a “los nuevos islamistas” reconciliados, en cierto modo, con los valores civiles de la democracia y los derechos humanos. La movilización se ha extendido en todas las regiones del país sin excepción, incluyendo el sur de Líbano donde mandan las milicias chiís, tradicionalmente al margen de cualquier movilización social fuera de la estructura tradicional de la doctrina. La estrategia de los manifestantes ha consistido en rechazar el sectarismo basado en una fe cerrada, pero respetando a las comunidades religiosas que forman la sociedad libanesa y determinan su identidad nacional. El cambio esperado no significa, en ningún caso, anular las confesiones en Líbano, sino proteger la pluralidad y libertad de credo en el país: la reivindicación esencial en este sentido ha girado en torno a la posibilidad de elegir un Congreso (primera cámara de las cortes) en base a la ciudadanía, no a la religión. A su vez, para garantizar la unidad nacional en el sistema representativo, el ḥirāk propone, paralelamente con el Congreso de los diputados, la creación de otra cámara de senadores electos por sus comunidades religiosas encargados exclusivamente de los asuntos de extrema importancia para la nación. Reivindicar un cambio de esta envergadura indica que el movimiento popular cuenta en sus filas con élites conocedoras del sistema a nivel político y jurídico.[8]
Lo más relevante en el caso libanés es el surgimiento de un nuevo bloque político creado por la sociedad civil. Durante las últimas elecciones legislativas celebradas en mayo de 2022, las listas de candidatos civiles lograron 13 escaños, un resultado significativo dentro de una sociedad fragmentada en grupos sociales de carácter dogmático, conservador y tradicionalista. Es poco probable que esta tendencia civil antisistema logre en un futuro próximo realizar una profunda transformación en la política doméstica libanesa, ya que los equilibrios políticos no están a su favor, sobre todo, por la bipolarización creciente entre los maronitas de las Fuerzas Libanesas conocidos por su sectarismo cristiano antiárabe[9] y los chiitas de Hezbolá, sumergidos en la ideología iraní de los ayatolás. La situación podría ir a peor en cualquier momento, pero por lo menos, la alternativa civil a este fervor del sectarismo religioso, que tanto daño ha hecho al país, es visible en la sociedad más que nunca, e incluso está presente en las instituciones. Actualmente en Líbano la lucha por los valores civiles de las democracias liberales moviliza a una parte considerable de la población, aunque de modo confuso y no estructurado, pero resulta un buen comienzo para una metamorfosis sociopolítica profunda y duradera en este país clave en la región.
Articulo publicado: 8 de julio de 2022.
[1] Al-ʽAbd, ʽAārif. Lubnān wa Ṭā̕ if: taqāṭʽ tārījī wa masār gayr muktamil (Líbano y Taif: intersección histórica y trayectoria incompleta). Beirut: Centro de Estudios de Unidad árabe. 2001. p: 66
[2] La división del poder político en este país consiste en nombrar un presidente de la república cristiano maronita, un presidente de gobierno musulmán sunita y un presidente del parlamento musulmán chiita. Dice Ahmed Beydoun, el experto más destacable en el sistema político libanés, que el poder político en Líbano se basa en tres referencias: a) la constitución, b) el Pacto Nacional, c) la particularidad libanesa. Véase, Baydoun, Ahmed. Ṣīga, miṯāq, dustūr, lubnān ṭā̕ifī bayna dimūqrāṭiya wa salām (particularidad, pacto y constitución. Libano sectario entre democracia y paz). Beirut: Dār Nahār li-nnaṧr. 2003. pp. 11-24.
[3] Véase, la entrevista del Rafiq Hariri con el periódico saudí al-Jazirah. 20 de marzo de 2001. Web.
[4] Chakir, Chafik. “Al-Ḥirāk en Líbano y la tercera versión del convenio de Taif”. Informe de aljazeera. Junio de 2020. p:9.
[5] En este contexto, Lijphart considera que la democracia consensual libanesa funcionó adecuadamente entre los años 1943-1975 a pesar de acabar con una guerra civil. Según este autor, el punto más débil de este sistema es la institucionalización rígida de los principios del consenso nacional. véase, Lijphart, Arend. La democracia consensual en la sociedad plural. Trad. Housni Zina. Bagdad: Al-Furat publicaciones. 2006. pp. 228-235.
[6] Chakir, Chafik. “Al-Ḥirāk en Líbano y la tercera versión del convenio de Taif”. Informe de aljazeera. Junio de 2020. p: 10.
[7] El cantante libanés Ragheb Alama, unos de los más famosos en el Mundo Árabe, declaraba abiertamente su desesperación por el sistema político de su país natal Líbano animando sus a hijos a dejar el país y emigrar a otros lugares donde pueden construir un futuro. Canal.
[8] Chakir, Chafik. “Al-Ḥirāk en Líbano y la tercera versión del convenio de Taif”. Informe de aljazeera. Junio de 2020. pp.14-15.
[9] “Las fuerzas libanesas: historia del partido de Bashir Gemayel hasta Sami Geagea”. BBC. Web.
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