La semana pasada, la comentada entrevista de Jordi Évole a Yolanda Díaz volvió a poner de actualidad las relaciones hispano-marroquíes y, lo que resulta más novedoso, su abordaje desde las posturas de la izquierda alternativa en el Estado español.
La forma de entender la relación con el vecino del sur y las consideraciones respecto a la naturaleza de su régimen se volvieron a poner sobre la mesa tras la opinión vertida por Yolanda Díaz, en la que calificaba a Marruecos de «dictadura». Estas declaraciones se inscriben en una dinámica de redefinición de la relación con Rabat por parte del gobierno español, cuyo mayor hito ha sido el cambio de postura respecto al Sáhara Occidental. Además, en los últimos años se han producido varios acontecimientos (las recurrentes emergencias migratorias, la polémica de la acogida de Brahim Ghali o las discusiones sobre el estatus de Ceuta y Melilla) que han puesto de manifiesto la centralidad de Marruecos en la política exterior española y por tanto la necesidad de una postura coherente de la izquierda al respecto.
Tradicionalmente, la izquierda española se ha caracterizado por no prestar especial interés a Marruecos, que es percibido de manera genérica como un país conservador, anclado en valores religiosos y tradicionales y víctima de un régimen «despótico y ocupante del pueblo del Sáhara Occidental». Este último elemento es el más destacado entre las atenciones dedicadas por organizaciones de izquierdas a la política en el Magreb. La solidaridad de la izquierda española con «el pueblo saharaui», -además de por la solidaridad general hacia los pueblos sometidos- viene aumentada a causa del papel colonial de España en aquel territorio y la nefasta gestión de la descolonización. De esta manera, desde el punto de vista de la izquierda, la autodeterminación del Sáhara Occidental se establecería como una condición previa para poder entablar un diálogo normalizado con Marruecos.
Lo cierto es que este alejamiento de las posturas progresistas respecto a Marruecos puede rastrearse en la historia reciente de España, con antecedentes de lo más paradójicos. Ya durante la II República, Manuel Azaña consideró que la modernización de España pasaba por un acercamiento a Europa en detrimento de cierta tendencia africanizante que habría caracterizado la historia de España, y que explicaría su atraso civilizatorio. Así, esta visión de España como territorio de transición entre África y Europa no sería tan sólo geográfica sino también ideológica y cultural. En este sentido, las fuerzas progresistas tendrían el papel de aproximarnos a las ideas y valores europeos –especialmente franceses- y alejarse de la influencia norteafricana.
Esta teoría se vio reforzada por el filoafricanismo de los generales sublevados el 18 de julio de 1936 y muy especialmente por la participación de soldados marroquíes en el ejército de Franco durante la guerra civil. En este sentido, varios investigadores han contrastado como el propio Franco sentía una gran atracción por la cultura marroquí y los valores premodernos de su pueblo, al que percibía como inferior pero no contaminado por las influencias marxistas o liberales. Su religiosidad y tradicionalismo habrían despertado la admiración del futuro dictador en sus años al frente de la campaña del Rif. Cabe destacar que, una vez instalado en el poder, la política de “hermandad hispano-árabe” sería una de las características de la acción exterior española durante el franquismo y que el propio Franco siempre se mostró reacio, por ejemplo, a reconocer al Estado de Israel.
De este modo, la atracción de la derecha española (especialmente en su vertiente militar) por Marruecos (paradójica en tanto se trataba del país al que se buscaba someter y a cuya población se masacró) podría haber funcionado como un obstáculo que explica el recelo de la izquierda española hacia las cuestiones marroquíes.
De forma paralela, recientes estudios están señalando como las características ideológicas del régimen político marroquí tras su independencia toman como referencia precisamente los valores franquistas. Sin ir más lejos, el lema oficial de Marruecos no es otro que “Allah, al-Watan, al-Malik” (“Dios, Patria y Rey”), sospechosamente similar al eslogan tradicional del carlismo, doctrina que empaparía ideológicamente al franquismo por encima incluso de la referencia falangista. En este sentido, investigadores españoles y marroquíes explican que a la hora de conformar el Estado moderno post-independencia, si bien Marruecos conserva elementos administrativos tomados del sistema francés, es de la España franquista de donde toma su referencia ideológica y discurso de legitimación. Así, la religiosidad, el irredentismo territorial de tintes imperialistas y la absoluta sacralidad del Rey -caudillo por la gracia de Dios- serían las características fundamentales de la estructura de poder marroquí.
Teniendo en cuenta todos estos elementos, se explica más fácilmente el recelo hacia Marruecos por parte de las fuerzas progresistas, ya que en el siglo XX la relación con este país ha estado vinculada a la derecha y teñida de elementos autoritarios y conservadores.
No obstante, esta consideración peca de falta de profundidad y cae en estereotipos de poco recorrido. Si bien es cierto que el régimen político marroquí tiene características conservadoras y autoritarias, pero no es una dictadura al estilo iraní. Marruecos es distinto. Un sistema de una cierta apertura liberal, resulta reduccionista identificar al pueblo marroquí con su régimen y desconocer la enorme diversidad social e ideológica del país. Así, tanto a lo largo del siglo XX como en la actualidad, los movimientos sociales progresistas han estado presentes en la historia de Marruecos, en algunos momentos con gran relevancia popular. Las corrientes socialista y comunista participaron activamente en los conflictos sociales de los años 70 y 80, luchando por hacer de Marruecos un país más libre e igualitario. Figuras como Mehdi Ben Barka o Abraham Serfaty forman parte de las personalidades más relevantes de la izquierda en el ámbito mediterráneo. Del mismo modo, recientemente con la aparición de nuevas fuerzas sociales, como el movimiento 20 de febrero, el Hirak del Rif, las protestas por la carestía de la vida o por los derechos civiles han sacado a la luz a una sociedad activa, organizada, politizada y que demanda reformas políticas y sociales. La izquierda española haría bien en atender esta realidad que nos toca tan de cerca, y establecer puentes con estos movimientos sociales progresistas en busca del desarrollo social de ambos países, así como atender a la realidad de la numerosa población marroquí residente en España o los miles de españoles de origen familiar marroquí.
La historia de Marruecos y España se ha visto entrelazada en muchas ocasiones de los modos más diversos, teniendo entre sí mucha mayor influencia de lo que comúnmente se piensa. Es hora de que se deshagan viejos recelos y prejuicios y poder escribir una nueva página en las relaciones hispano marroquíes desde posiciones progresistas, buscando alianzas con aquellos actores que luchan por una sociedad más justa, a este lado y al otro del Estrecho.
artículo publicado: 3 de mayo de 2023.
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