Al amparo de la Guerra de África (1859-1860), surgió un género literario en España de tipo narrativo y documentalista de carácter militar. En la actualidad, estas escrituras son fuentes históricas esenciales respecto a la historia del nacionalismo español en el fin de la era isabelina. Estos testimonios presentaban la guerra de Tetuán como una gran victoria histórica conseguida por la nación española. Paralelamente a este fervor nacional, se destacaba el carácter salvaje y exótico del moro para justificar la conquista de la ciudad marroquí. La enemistad entre los dos pueblos tuvo una especificidad discursiva, militar, política y hasta teológica. Esta literatura de guerra refleja el proyecto nacionalista español, según el cual España luchó contra Marruecos para establecer una labor civilizadora y ética hacia el moro atrasado e inculto. Así, el discurso oficial insistía en que su propósito era civilizar a un pueblo degenerado de su ilustre linaje y que en ningún caso se trataba de una guerra de conquista. Pero en realidad, este conflicto era el inicio de la instauración colonial del Estado español en el norte de Marruecos, es decir, el establecimiento de una influencia política y administrativa que facilitará en las siguientes décadas la ocupación de la región marroquí.[1]
Rafael del Castillo, historiador, novelista y autor de La historia de la guerra de África (1859), recupera la gloria épica de la Reconquista como una epopeya nacionalista, que sigue siendo una inspiración fundamental del ejército que está luchando contra aquellos que han ofendido a la patria, reparando la dignidad y el honor español con la fuerza de las armas.[2] El discurso colonial español se basaba en justificar la intervención bélica como vehículo de la acción civilizadora: civilizar un pueblo, abrir su comunicación con las demás naciones, castigar a unas “tribus de piratas”, etc. Y todo, por supuesto, bajo la idea de que la guerra es justa desde el punto de vista teológico:
“Si llevar la civilización a un pueblo ignorante y feroz es justo, la justicia está de nuestra parte. El cristianismo es altamente civilizador. La Francia con él ha asegurado sus conquistas. Difundir la luz del Evangelio entre personas que la desconocen, es una idea puramente cristiana y justa. Por lo tanto, pues, nuestra guerra no puede ser censurada por nación alguna, toda vez que en ella entra por mucho la honra nacional y la civilización”. [3]
Aun así, Rafael del Castillo, empujado por sus intereses capitalistas como autor especialista en literatura comercial,[4] no esconde los objetivos imperialistas de la campaña militar cuando habla del tesoro escondido del imperio marroquí, que debe ser transferido a España. Describe también el tesoro imperial del Palacio de Mequínez como el paraíso del Edén,[5] ofreciendo así un imaginario exótico sobre Marruecos como un país lleno de reliquias fabulosas. Describe este Palacio a través de una historia de ficción sin ninguna base real sobre un supuesto tesoro escondido en una cueva de mármol protegido por esclavos negros aislados del resto del mundo. El autor llegó a mencionar una cifra de quinientos millones de francos como suma del valor real del tesoro.[6] Un argumento pragmático para legitimar el intervencionismo colonial en Marruecos ya que, a su juicio, el pueblo que no aprovechaba sus riquezas merecía que su herencia pasara a otro.
Diario de un testigo de la guerra de África es otra obra de este género, del escritor granadino Pedro Antonio de Alarcón. Se trata de un texto literario de un intelectual español, hombre de su tiempo, de una ideología conciliadora que pretendía resolver los problemas de España mediante un liberalismo moderado que unía los elementos más representativos en la sociedad española. Quizá por ello admiraba la figura de O´Donnell, y fue voluntario en la campaña militar de 1859 contra el reino alauí.[7] En este contexto, la Guerra de África tuvo su lógica política, el partido liberal que gobernaba en Madrid pretendía resolver la ruptura social que sufría España desde el principio de las guerras carlistas en 1833, a través de la unión de la nación contra un enemigo histórico común a todos los españoles. En esta fuente fundamental de la historia del colonialismo español en África, cuyo inicio era inminente, podemos ver claramente la fidelidad política del autor hacia este proyecto de guerra apoyado por el sector liberal de la opinión pública española que mantuvo intacto, en su postura social y política, el ideario romántico de la misión divina de España de civilizar los pueblos “incultos”.
Desde este enfoque histórico se explica la aportación del autor español que cambió de forma definitiva la perspectiva de la política española hacia su vecino del sur, desde un arabismo cultural se pasó a un intervencionismo muy matizado por la necesidad de expansión territorial de la nación española,[8] amenazada por la posibilidad de que Francia e Inglaterra la dejasen atrás en la misión de civilizar el continente africano. El espíritu exaltado y patriótico de este género literario pretende defender el interés de una España imperial moderna que tiene una misión divina y una responsabilidad hacia Marruecos y los marroquíes. Asimismo, hay que contextualizar a Alarcón históricamente como parte de una propaganda nacionalista dirigida al público español en un periodo de guerra para fortificar el espíritu nacional. En este sentido afirma el propio Alarcón:
“En nuestra época de elaboración, de transición y de lucha, la importancia de las naciones reside en su fuerza material, y España cuenta ya con un ejército sabio y robustamente organizado, cuyo mecanismo puede servir de base a trescientos mil hombres, como hoy sirve a cuarenta mil; (…). Florece nuestra hacienda, se afirma nuestro crédito, renace nuestra marina, aparece nuestra industria, resucita nuestro nombre en Europa… ¡Trabajamos con buena voluntad, y el largo martirio de la madre patria se convertirá en gloria y en ventura!”. [9]
Por otra parte, la referencia poética del escritor confiere a su diario una importancia extraordinaria en la literatura colonial española. A través de su tendencia romántica y retórica sobre el moro, su tradición de gran efecto teatral para los españoles, la impresión de su figura, su animación, su estruendo, su colorido, es un imán para la imaginación de un poeta, lo que resulta útil para expresar los sueños nacionales del autor, y facilitar la atracción popular en la península hacia una aventura heroica, de gran valor nacional y ético.[10] La obra de Alarcón en nuestra opinión es más bien un teatro romántico ficticio que alimentaba el imaginario popular español con unas fantasías irreales pero necesarias para el futuro de la presencia colonial española en territorio marroquí, una construcción ejemplar del concepto llamado en los estudios antropológicos fronteras imaginarias entre conquistadores y conquistados, colonos y colonizados.[11] Con este objetivo el autor español describió de esta forma la avanzadilla de las tropas moras en su guerra contra los cristianos:
“Allá, sobre la cumbre de una montaña, que distaría un cuarto de legua de nosotros, percibíase, efectivamente, destacada en silueta sobre el cielo, una línea de extrañas figuras, a pie y caballo, todas vestidas de largas ropas blanquecinas y formando una procesión de contornos tan clásicos y severos, que parecían arrancadas de un bajorrelieve. Nada faltaba para completar la ilusión: ni el brillo de sus largas armas, ni la bandera amarilla llevada a la grupa por un jinete, ni los ondulantes albornoces, ni el gallardo andar de los caballos, que así corrían por entre peñas y matorrales como si pisasen las arenas del desierto”.[12]
En resumen, la Guerra de África fue un acontecimiento crucial en la historia de la España contemporánea. Durante este conflicto bélico, se hizo posible combinar el catolicismo y el nacionalismo en un proyecto atractivo para una patria. Álvarez Junco argumenta este aspecto con la confluencia entre el arzobispo de Madrid, Tomás Iglesias y Barcones, y el republicano Castelar: ambos llamaban a luchar por la patria, aunque para el primero era una guerra santa contra el islam y para el segundo una conquista en nombre del progreso y la civilización, causa bendecida a su vez por la providencia.[13] Finalmente, el españolismo quedaba vinculado fuertemente con la religión como quería la derecha conservadora: un dato importante en el desarrollo histórico del Estado español que estaba en fase de transformación de imperio a nación. En esta trayectoria sociopolítica, Marruecos se configura como el espacio geográfico más influyente en la política interior de España. De un modo u otro la orilla sur del estrecho de Gibraltar recuperaba entonces su papel esencial en la historia peninsular.
Estas páginas se presentan como una invitación para reflexionar sobre nuestra historia. Una lectura del pasado a través de nuestro legado cultural común para intentar comprender mejor nuestro presente. A diferencia de entradas anteriores, con este texto hacemos nuestro uno de los objetivos de la ciencia histórica, el plantear interrogantes y no solo tratar de responderlos. Redactando el texto nos surgen cuestiones como ¿qué papel desempeña el nacionalismo y religión en la construcción de un país? acaso ¿no es el momento de librarnos de la mitología de la construcción nacionalista para abrazar la realidad histórica de los actos humanos? a la luz de la historia ¿cuándo reconoceremos que las nociones del pasado son construcciones humanas aisladas de todo tipo de santidad?
[1] Rodríguez Esteller, Omar. “La Intervención española en las aduanas marroquíes (1862-1885)”. Marruecos y el colonialismo español (1859/1912) de la guerra de África a la “penetración pacífica”. Barcelona: Bellaterra. 2002. pp. 79-131.
[2] Del Castillo, Rafael. España y Marruecos: la historia de la guerra de África, escrito desde el campamiento. Cádiz: Imprenta de la revista médica. 1859. Recopilada en la Biblioteca Virtual de Andalucía.
[3] Ibíd. p: 44.
[4] Pérez, Beatriz. “La vida de un comerciante: Rafael del Castillo, 1861-1908”. En Revista Escuela de Administración de Negocios. Universidad de Texas.
[5] del Castillo, Rafael. España y Marruecos: la historia de la guerra de África, escrito desde el campamiento. Op. Cit. p: 70.
[6] Ibíd. p: 72.
[7] Viñes Millet, Cristina. “El Africanismo de Pedro Antonio De Alarcón”. Pedro Antonio de Alarcón y la guerra de África, del entusiasmo romántico a la compulsión colonial. Barcelona: Anthropos Editorial. 2004. p: 56.
[8] Ibíd. p: 57.
[9] De Alarcón, Pedro Antonio. Diario de un testigo de la guerra de África. Madrid: Ediciones del Centro. 1974. p: 31.
[10] Rueda, Ana. “El enemigo invisible de la guerra de África (1859/1860) y el proyecto histórico del nacionalismo español: Del Castillo, Alarcón, Landa”. The Colorado Review of Hispanic Studies. 2006. pp. 147-167
[11] Las fronteras imaginarias, es un concepto aún de circulación restringida entre la antropología y el psicoanálisis. En general es una combinación de imágenes e ideas ficticias sobre el otro, es decir, el mantenimiento de las mismas fronteras políticas y culturales anteriores, que quedan impresos en el imaginario colectivo de una nación o un grupo humano, aunque no existen en la realidad. Véase, González Alcantud, José Antonio. “Poética de la conquista en la obra orientalista de Pedro Antonio de Alarcón”. Pedro Antonio de Alarcón y la guerra de África, del entusiasmo romántico a la compulsión colonial. Op. Cit. p: 11.
[12] De Alarcón, Pedro Antonio. Diario de un testigo de la guerra de África. Op. Cit. p: 64.
[13] Álvarez Junco, José. Mater Dolorosa, la idea de España e n el siglo XIX. Op. Cit. p: 515.
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