“¿Por qué lucharon a nuestro lado los musulmanes marroquíes?”. La pregunta fue el título de un artículo publicado en el Boletín de la Universidad Central de Madrid en 1940 redactado por el teólogo y el arabista Asín Palacios. Mediante su postura teológica sobre el islam como un credo religioso profundamente católico (como hemos visto en artículos anteriores de Nuestra Orilla), el arabista español habla sobre un proyecto social común entre los marroquíes musulmanes y los españoles católicos, que es totalmente contrario al proyecto marxista de la República española. Así, afirma, los marroquíes no lucharon en el bando franquista por motivos económicos, ya que sus indemnizaciones económicas apenas alcanzaban la mitad de los sueldos que pagaba el gobierno republicano a sus milicianos. Tampoco lucharon por motivos de la estrecha relación de raza que une a los dos pueblos por motivos históricos, desde la conquista islámica hasta la expulsión de los moriscos. La mezcla de sangre entre España y “sus moros del norte marroquí” no explica este sacrificio de participar en una guerra fuera de casa y lejos de la familia, ya que la propia raza española está dividida en dos partes en un divorcio tan profundo y definitivo. La influencia racial es poco importante en esta lucha en comparación con fines más nobles y sólidos como religión, familia y propiedad. En este sentido:
“Cabe afirmar sin asomo de paradoja que el islam en general, ya más concretamente el español, del que es hermano el marroquí, ofrece afinidades muy estrechas con la cultura occidental y, sobre todo, con la civilización cristiana española”.[1]
En realidad, el islam según esta postura era simplemente una herejía cristiana que niega la Trinidad y la Encarnación.[2] Todos los ritos y prácticas de la fe musulmana son en su mayor parte un calco fiel, grosso modo, de la herencia religiosa cristiano judaico. La base teológica de la creencia en la revelación divina comunicada al hombre por boca de los profetas es en el fondo la misma. Incluso la fe en la otra vida más allá de la muerte, donde el juicio final espera al ser humano, es casi idéntica en ambas religiones. Este cuadro típico de analogías entre la dogmática cristiana y musulmana mantiene la mentalidad del vulgo marroquí lejos de la propaganda marxista por su contenido ateo y materialista.[3]
La religión es el máximo exponente de la cultura. En este sentido, destacan los valores de un orden social religioso común entre la España tradicional y los marroquíes que se habían informado por la prensa árabe de Egipto y Siria sobre la represión soviética a la comunidad musulmana en Rusia, y en varias repúblicas soviéticas. Para los “rojos”, la religión es el “opio del pueblo”, y una herramienta de explotación con cuyo dominio hay que acabar a través de una revolución violenta. Por lo tanto, en la sociedad creyente y fiel a su religión, el marxismo es un enemigo común al que es necesario derrotar definitivamente para proteger la fe y la patria. Por todo eso: “A la vista de tantas y tan estrechas coincidencias en el orden religioso, sin esfuerzo se comprende que los soldados marroquíes hayan visto en nuestra enconada lucha, algo semejante a una guerra santa. (…)”. [4]
A nuestro juicio, es curioso ver cómo el nacional-catolicismo español, con sus raíces históricas desde la cruzada de los Reyes Católicos del siglo XV, pasando por el fervor nacionalista de la Guerra de África en 1859, terminó en los años del Alzamiento militar (1936-1939), reclamando la guerra santa islámica en territorio ibérico. Sin embargo, lo más relevante en este discurso era su contenido social, de apariencia más medieval que nunca.[5] Es verdad que las estructuras sociales en Marruecos eran muy tradicionales, y su sociedad no fue capaz de entender de ningún modo las raíces sociopolíticas de la Guerra Civil española. Sin embargo, su armonía con la España tradicional católica no era nada real. De hecho, existía una acusada diferencia entre una sociedad premoderna como la marroquí y otra que estaba en crisis de modernización como era el caso español en estas alturas del siglo XX. Posiblemente por esta razón Asín Palacios recupera argumentos religiosos de la Edad Media para hacerse más cercano al pensamiento marroquí de la época: “por algo decía ya hace diez siglos Ibn Hazm de Córdoba en sus confesiones: Fíate del hombre religioso, aunque profese religión distinta de la tuya, pero no te fíes del hombre que carezca de religión”.[6]
A nivel político y social, España se encontraba en franco retroceso, por lo cual la recuperación de los valores religiosos de la época medieval que estaban muy presentes en Marruecos,[7] fue útil en gran medida para reforzar el tradicionalismo social y cultural que el franquismo planteaba para dirigir a la sociedad española en las siguientes décadas. La hermandad cristiano-musulmana se basaba en valores de intolerancia religiosa, pero hacia otra dirección. Según Asín Palacios, los musulmanes marroquíes, hermanos de la España católica en la cultura humana desde la época clásica hasta hoy en día, califican a los enemigos de Franco como Kilāb bilā dīn, (“perros sin religión”, en dialecto árabe marroquí).[8] ¿Acaso sus aliados de la Alemania nazi y la Italia fascista eran religiosos? La respuesta demuestra el dogmatismo del arabista español respecto a la cuestión religiosa.
A pesar de su carácter erudito, el arabismo era una disciplina integrante del pensamiento colonial español. En esta tendencia tiene cabida toda la terminología ideológica del nacionalismo católico: los conceptos de raza, nación, grandeza imperial e historia gloriosa del Estado español. Como demostró González Palencia en su ensayo sobre Asín Palacios, el principal fin del arabismo español fue aplicar el conocimiento de la lengua y la cultura árabe para el estudio y el esclarecimiento de la cultura española: la incorporación patriótica del pasado andalusí y su legado cultural. Las maravillas de la Mezquita de Córdoba, la Giralda de Sevilla y la Alhambra de Granada, debían añadirse a las glorias de las catedrales de Santiago, de León o de Toledo, como herencia legitima de la nación católica española.[9]
En este punto en concreto, Manuela Marín distingue entre el enfoque nacionalista presentado en los esfuerzos de Francisco Codera y Julián Ribera de hispanizar al máximo el islam andalusí – y por lo tanto su homólogo contemporáneo el marroquí –, y el religioso de Asín Palacios que se ocupaba en primer lugar de cristianizar el islam tanto en sus espiritualidades como en sus manifestaciones culturales.[10] A nuestro juicio, los dos enfoques venían a decir lo mismo en la España católica; la Hispanidad era sinónimo de Cristiandad, especialmente en la época franquista.[11]
La transformación de la imagen sobre el islam no significaba de ningún modo un cambio real en los componentes de la identidad nacional, ya que las dos posturas convivían en la España colonial; los dos discursos fueron necesarios para manejar la empresa colonial. En la Guerra del Rif (1921-1927), se hablaba a menudo sobre el fanatismo musulmán, mientras que en la Guerra Civil (1936-1939), se destacaba la fraternidad entre los dos credos religiosos. Una extracción temporal de discursos, imágenes y elementos identitarios, según las circunstancias políticas. Un fenómeno que condicionaría las relaciones bilaterales entre España y Marruecos hasta la actualidad.
La propuesta de Asín Palacios, en su mencionado artículo, en el que invitaba a conceder la nacionalidad española a los soldados marroquíes que lucharon en la Guerra Civil, nunca se llevó a cabo. Muy al contrario, los marroquíes que deseaban quedarse en España para dedicarse al comercio u otras actividades económicas, tanto soldados como civiles llevados a la península durante la guerra, fueron expulsados o encarcelados por delitos de “ofender a los superiores” o “contra el derecho de gentes”. Desde 1939, surgió en España el problema de los indocumentados en el que no hubo tolerancia alguna: el régimen franquista deseaba liberarse cuanto antes de la mayor parte de la comunidad marroquí, desmantelando la infraestructura de transporte y servicios auxiliares creados durante la guerra con la orilla sur del Mediterráneo, y extremando las medidas de control y expulsión de los “sin papeles”.[12]
En definitiva, los moros no eran españoles en el territorio ibérico de la España católica. A lo mejor sí en Marruecos, pero nunca a la misma altura que un nacional-católico. La expresión “moros de España”, tal vez, era un invento intelectual de la Escuela de Estudios Árabes, y no solo una expresión literaria usada por casualidad por parte de Asín Palacios. Se repite en varias ocasiones y se insiste sobre su contenido nacional.[13] Este sintagma resume de modo resplandeciente la perspectiva arabista sobre el islam domesticado y su función en la empresa colonial española.
Asín Palacios no fue el único que sostuvo esta postura. Por ejemplo, la expresión “moros de España” aparece de forma más explícita en un artículo del arabista Ángel González Palencia,[14] publicado en la revista norteamericana Hispanic Review, en julio de 1939, bajo el título de Huellas islámicas en el carácter español.[15] En este artículo de lenguaje retórico puramente medieval, se habla de un espíritu común entre los árabes y los españoles, muy visible en las figuras más originales de la hispanidad como el Cid, Isabel la Católica y Fernando I. Gracias a este espíritu, España “si no es el pueblo elegido de Dios, al menos es la nación más católica de la Cristiandad. Felipe II como Abd al-Rahman o Almanzor, es el protector de la fe”.[16]
El elemento más relevante en esta postura fue la raza. Por la influencia limitada de la raza árabe en el carácter español, los moros españoles no eran árabes del todo, sino hijos de matrimonios mixtos. Los ejércitos árabes y bereberes que invadieron la península en el siglo VIII fueron soldados sin familias ni mujeres. Además, la masa mayoritaria de la población andalusí era puramente española, convertida al islam por razones políticas y económicas.[17] Era una nueva identidad de moros españoles, no árabes españoles, es decir, “gentes que practican la religión musulmana y que, por tanto, emplean la lengua árabe en su vida oficial”.[18]
La lucha religiosa durante siglos entre el islam y la Cristiandad queda expuesta en el artículo de González Palencia como si fuera un conjunto de cuentos de hadas, colmado de hazañas caballerescas y romances fronterizos típicos de la literatura medieval. Los moriscos expulsados de la península en el siglo XVII, según esta postura, eran de puro espíritu español, y desde la época de los Reyes Católicos había serios intentos de incorporarlos al cuerpo nacional, pero siempre en vano. Felipe III fue obligado a tomar esta medida de la expulsión para proteger la patria frente a posibles rebeliones violentas. No podían vivir oficialmente en territorio nacional, pero los moriscos siguieron formando parte de la España imperial.[19] Un argumento ideal para justificar el poder colonial español en el norte marroquí, ya que es la región donde vive un gran porcentaje de gentes que declaran con orgullo su ascendencia morisca y andalusí.
En una interpretación que va contra toda la lógica de la historia, sigue González Palencia excavando en la búsqueda de raíces españolas de los moros de España. En este contexto, afirma que “la inquisición fue ordinariamente benévola con los moriscos”. Las persecuciones del Santo Tribunal perseguían simplemente proteger la fe de esta gente rara que se dedicaba a la brujería.[20] Finalmente, el autor extrae de manera contradictoria la siguiente conclusión: “Los españoles del siglo XVI mantuvieron férreamente la religión católica, y lo mismo hicieron los moriscos con su fe, porque, al fin y al cabo, eran españoles como los otros”.[21]
Se desprende de todo ello, a nuestro juicio, que tanto en Asín Palacios como en González Palencia, la idea general era domesticar el islam para fines políticos. Un islam sumiso y sometido al poder del Estado católico español. Se trata de la construcción de una nueva identidad cultural, una rehabilitación del moro para incorporarlo al cuerpo nacional de la España católica, una incorporación que constituía una tarea imperiosa por la barrera de la religión. El esfuerzo intelectual arabista hizo posible la producción de este imaginario colonial del moro de España, que no era íntegramente árabe, pero tampoco íntegramente español. Fue una figura subordinada a la patria, pero que no formaba parte de ella. Esta imagen identitaria forjada por el arabismo español a nivel teórico, formaba parte de la política religiosa colonial puesta en marcha en el norte de Marruecos por los africanistas del Protectorado.
[1] Asín Palacios, Miguel. Obras escogidas de Historia y filología árabe. Vol. II y III. Madrid: Instituto Asín Palacios. Escuela de Estudios Árabes. 1948. p: 31.
[2] Una opinión del santo padre de la Iglesia oriental, San Juan Damasceno que ha sido un ministro de un califa de Damasco. Ibíd. p: 131.
[3] En este punto religioso, Asín Palacios compara el culto musulmán con el católico para justificar esta hermandad religiosa. Por ejemplo, las cinco horas canónicas de la oración ritual islámica son las mismas que tenía el oficio divino entre los monjes de Siria y Mesopotamia durante el siglo V de la era cristiana. Los ritos de oración son análogos de la plegaria judía y sobre todo de la cristiana monástica de Oriente. Incluso la peregrinación islámica hacia la Meca es similar a la cristiana hacia Tierra Santa. Se comparan del mismo modo las expresiones lingüísticas de sentido religioso como: “si Dios quiere”, igual a la frase árabe (in šāʼa-llāh) y “en el nombre de Dios” (bi-ismi Allāh). Finalmente, el resumen es la unidad del sentido religioso que matiza la vida social de los marroquíes y los españoles. En cambio “los marxistas son gente rara, salvaje y sin moral, ni religión, los marroquíes por su religión tienen mucho en común con la única España real, la católica”. Ibíd. p: 132, 137,140.
[4] Ibíd. p: 145.
[5] Este punto se ve más claro al final del artículo, donde Palacios habla sobre la necesidad de intensificar la relación cultural y espiritual de los jóvenes marroquíes con la metrópoli, pero insiste sobre el carácter tradicional de esta relación. Dice Palacios sobre los estudiantes marroquíes en España: “los centros urbanos en que residen no son las más populares capitales, en las que la cultura de la España tradicional ha sido casi absorbida por esa pseudo-civilización europea y cosmopolita del Bar y del fox-trot yanqui o del Cabaret Francés, sino más bien en alguna de esas ciudades provinciales (…) por su monumentos y ambiente medieval.” Esa cita afirma lo que hemos dicho sobre la recuperación de valores medievales en la relación con los marroquíes, razón por la cual Asín Palacios pretendía escamotear la verdadera España moderna, alejando a los estudiantes marroquíes de las grandes ciudades. Ibíd. p: 150,151.
[6] Ibíd. p: 146.
[7] Véase, la alabanza de Víctor Ruiz Albéniz al estilo del guerrero marroquí y el sentimiento religioso del jinete moro en la guerra: “La grandeza del Dios en que creen, se sienten fortalecidos, elegidos, significados para la victoria. Nada y nadie puede detener a esa tromba que es una carga de caballería sarracena”. En Figueres, Josep María. Madrid en Guerra: crónicas de la batalla de Madrid 1936-1939. Barcelona: Destino. 2004. pp. 149-151.
[8] Asín Palacios, Miguel. Obras escogidas de Historia y filología árabe. Op. Cit. p: 164,147.
[9] González Palencia, Ángel. “Don Miguel Asín Palacios”. Arbor. Julio-octubre de 1944. p: 10.
[10] Se trata aquí del famoso argumento racial de Ribera basado en el escaso número de árabes llegados a la Península, y que eran en su mayoría soldados sin familias, por lo que casaron con mujeres españolas. Según esta postura, los llamados árabes andalusíes tenían muy poca sangre árabe en sus venas y eran en su mayoría españoles convertidos al islam. Véase, Marín, Manuela. “Los arabistas españoles y Marruecos: De Lafuente Alcántara a Millás Vallicrosa”. España en Marruecos (1912-1956): discursos geográficos e intervención territorial. Op. Cit. p: 87.
[11] El Ghazi El Imlahi, Said. “La política religiosa del Protectorado español en el Norte de Marruecos”. Tesis. Universidad de Granada. 2020. pp. 64-76.
[12] De Madariaga, María Rosa. Los moros que trajo Franco: la Intervención de tropas coloniales en la guerra civil española. Barcelona: Edición Martínez Roca. 2002. pp.335-340.
[13] El “sacrificio heroico” de los soldados marroquíes en la guerra española, fue comparado en el artículo de Asín Palacios con el “mezquino egoísmo” de los separatistas catalanes y vascos. Los moros de España que lucharon contra “los malos españoles rojos” merecen ser reconocidos como ciudadanos españoles no como protegidos. Asín Palacios, Miguel. Obras escogidas de Historia y filología árabe. Op. Cit. p: 150.
[14] (1889-1949) Arabista e historiador español, doctorado en Filosofía y Letras en 1915, era funcionario en el Cuerpo Nacional de Archiveros y Bibliotecarios, ejerció la enseñanza superior como catedrático a partir de 1927. Véase, la Biblioteca Virtual de Arabistas y Africanistas Españoles.
[15] Para más información sobre la contribución de González Palencia a la historia del arabismo español en general y su labor periodística en particular, véase: Agreda Burillo, Fernando de. “La personalidad y la obra de Don Ángel González-Palencia en el marco del arabismo español de la época”. Tesis. Universidad Autónoma de Madrid. 1993. pp.176-238.
[16] Palencia, Ángel González. “Huellas islámicas en el carácter español”. Hispanic Review. Julio de 1939. p: 187.
[17] Un prólogo leído por Ribera en el discurso de ingreso a la Real Academia Española en 1912, publicado posteriormente en Ribera Tarragó, Julián. Disertaciones y opúsculos. Madrid: Estanislao Maestre. 1928.
[18] Palencia, Ángel González. “Huellas islámicas en el carácter español”. Hispanic Review. Op. Cit. p: 191
[19] Ibid. p: 196.
[20] Ibid. p: 198.
[21] Ibid. p: 204.
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