Desde sus inicios los movimientos islamistas nunca separaron la actividad política de los ideales religiosos. Al contrario, el islamismo integró la política de modo orgánico al llamamiento religioso que efectuaba con éxito en la sociedad. Motivados por un marco social conservador propicio, los islamistas consideraban que la política era un espacio ideal para hacer realidad sus sueños de implementar la Šari‛a, y, por qué no, resucitar el califato como modelo de gobierno islámico. Resulta evidente que los islamistas estaban lejos de adaptarse al sistema de Estado-nación instalado por los colonos europeos. Durante décadas, incluso los islamistas más moderados aspiraban alcanzar el poder para modificar las leyes y la cultura social en base a los preceptos religiosos, independientemente del contexto sociopolítico y el grado de diversidad interna que guardan hoy en día las sociedades árabes. La ideología islamista se basa, grosso modo, sobre interpretaciones de naturaleza teológica que rechazan evidencias sociales y datos políticos esenciales para llegar a entender las dinámicas de las sociedades contemporáneas. Estas sociedades son estigmatizadas en esta ideología por estar desviadas del camino recto de dios según el término ŷāhilī presente en abundancia en la literatura islamistas.[1]
Dicho esto, es evidente que, en el marco del contexto autoritario del sistema político en el Mundo Árabe, el Estado terminaría, tarde o temprano, enfrentándose con esta tendencia de pensamiento antisistema (en su concepto moderno postcolonial). Y, efectivamente, en la historia reciente ha habido conflictos violentos por esta circunstancia en los países árabes, incluso en los más tradicionalistas.[2] Sin embargo, no siempre fue así, por la intersección de diferentes factores históricos el Estado árabe no tuvo más remedio que tolerar la presencia de estas nuevas fuerzas políticas: en primer lugar, por su importante peso social, y en segundo, para mantener el equilibrio político en la sociedad contrarrestando de esta forma el auge de la izquierda a nivel mundial.
Marruecos, como es habitual, se configura siempre en su contexto árabe como un país de una trayectoria particular en cuanto a la evolución religiosa, cultural, y como no, política. Desde la década de los 90, el sistema político marroquí optó por realizar una apertura política controlada para sacar al país de una profunda crisis socioeconómica y garantizar la sucesión en el trono del reino alauita llevada a cabo en el año 1999. En aquella época la oposición socialista constituyó el gobierno de alternancia (1998-2002) como se conoció entonces, pero en lo que respecta a nuestro tema de estudio, un movimiento islamista fue legalizado tras integrarse en el sistema a través de una compleja maniobra política para crear un nuevo partido llamado Justicia y Desarrollo (PJD).[3]
Durante años, los islamistas integrados en el sistema maniobraron en un terreno político demasiado polémico y difícil de gestionar, la desconfianza hacia ellos fue enorme tanto por parte del Majzen (el poder estatal) como por parte de la élite política nacional. La presencia del actor islamista en la escena política marroquí fue excepcional dentro de un contexto regional caracterizado por una pugna sangrienta contra organizaciones de esta ideología como era el caso en la vecina Argelia y, en menor medida Egipto. Aun así, el sistema marroquí tuvo que pasar por una polémica etapa en la gestión del asunto islamista. Los atentados de Casablanca en el 16 de mayo de 2003 levantaron enormes sospechas sobre la estrategia de integración política de los islamistas del PJD. Una parte considerable de la sociedad civil, la izquierda y los cuerpos de seguridad estatales lanzaron duras críticas al partido islamista acusándole de tener la responsabilidad moral sobre los atentados por la naturaleza de su discurso religioso-político que enfatizaba el conflicto social debido a sus fanáticas posturas. Los adversarios políticos del partido interpretaron su posicionamiento social y religioso como un evidente deseo autoritario de ejercer una tutela moral y ética sobre la sociedad. Fue un momento crítico para el PJD, en el cual fue acusado de intentar apropiarse de la legitimidad religiosa, un atributo exclusivo de la monarquía en el sistema marroquí. Finalmente, el partido sobrevivió, pero no sin pagar un precio político.[4]
A nivel ideológico, el PJD es una organización política que se presenta ante la sociedad como un movimiento conservador defensor del islam como referencia religiosa, sociocultural y política de la nación marroquí.[5] Los líderes del partido de diferentes rangos desarrollaron una estética religiosa propia reconocible tanto socialmente como en la práctica política: los hombres con barba y las mujeres con velo fueron símbolos de una nueva identidad política en la escena marroquí; el discurso parlamentario cargado de referencias éticas y citas coránicas proyectaba la imagen del creyente firme en sus convicciones religiosas, honesto en sus prácticas sociales, gran luchador contra la corrupción tanto económica como moral. La solidaridad islámica y la centralidad de la causa palestina en la cultura marroquí fueron elementos fundamentales de la propaganda política entre las filas islamistas en general y del PJD en particular.[6] La resistencia palestina en los territorios ocupados por el Estado de Israel fue un factor primordial no solamente para movilizar a las masas en la calle enseñando al régimen el peso social del islamismo marroquí, sino también para crear un ideal de lucha común que aglutinase a la militancia, especialmente los jóvenes educados en el MUR (Movimiento Unidad y Reforma), el ala religiosa del PJD.
Finalmente, la integración del partido islamista ha resultado rentable para el sistema, especialmente durante la primavera árabe (2011), cuando numerosas ciudades marroquíes vivieron las protestas del Movimiento 20F. A pesar de la participación parcial de su militancia en los primeros meses de estas protestas pro-democráticas, el PJD puso todo su empeño a favor del régimen rechazando frontalmente las reivindicaciones de instalar una monarquía parlamentaria en el país, incluso estigmatizando a los jóvenes que lideraron las protestas utilizando un lenguaje poco amable. En realidad, para un amplio sector de la clase media, incluso fuera de la militancia islamista, temeroso de perder la estabilidad social, el PJD fue una herramienta propicia para gestionar esta etapa, un partido bien estructurado, dotado de un discurso con impacto a nivel social y, sobre todo, limpio de corrupción por no participar nunca en la gestión gubernamental. En pocos meses, las limitaciones impuestas al PJD de plena participación electoral se levantaron y los comicios llevaron al partido a la presidencia del gobierno en noviembre de 2011.
El PJD obtuvo 107 escaños siendo la fuerza política más votada. El secretario general del partido, Abdelilah Benkirán, satisfecho por su victoria, declaraba en la séptima conferencia nacional de su partido (2012), que Marruecos superó con éxito el autoritarismo electoral. De cara al futuro, las elecciones serían libres y transparentes, por tanto, todo ciudadano debería participar incluso aquellas fuerzas que permanecían fuera del sistema, nombrando explícitamente a dos en concreto, por su gran simbología política: el movimiento islamista Justicia y Caridad y el partido de izquierdas la Villa Democrática. Según sus palabras, en virtud de la nueva constitución (2011), la democracia marroquí encarnaba la particularidad religiosa y cultural de la nación y, a su vez, la modernidad sociopolítica necesaria para el Estado. Benkirán, durante su auge político, se sintió orgulloso de recibir al presidente de la dirección política del Movimiento de Resistencia islámica palestina (Hamás), acto en el que dio un discurso de victoria insistiendo sobre la centralidad de la causa palestina en la lucha política de su partido.[7] Diez años después (2021), el PJD sufrió una dura derrota electoral. De repente, el partido perdió la presidencia del gobierno cayendo al octavo lugar entre los partidos participantes en los comicios. Los resultados fueron tan dramáticos que nadie pudo explicarlos, incluso algunos analistas llegaron a aludir al control previo de las elecciones por parte de los poderes facticos del Estado.[8] Además, el PJD, partido defensor de la solidaridad islámica, terminó estigmatizado por traicionar sus principios firmando el convenio de naturalizar las relaciones diplomáticas con Israel. El propio Benkirán, que asumió de nuevo el cargo de secretario general del partido, reconocía que pensó disolver el mismo: “si el Estado no nos quiere marcharemos”.[9] Estas palabras resumen la profunda crisis de la organización islamista. Pero de que tipo de crisis se trata: ¿política o ideológica? Delimitar este aspecto es esencial para comprender el momento político en el que se encuentra Marruecos, nuestro vecino del sur.
Para responder esta pregunta, a nuestro juicio, es necesario alejarnos un poco de la teoría política y centrarnos en las prácticas gubernamentales del PJD durante diez años en “el poder”. En este sentido, resulta revelador que el PJD llevó a cabo estrategias económicas elaboradas por tecnócratas sometidos a la presión de instituciones financieras internacionales. En dos legislaturas consecutivas (2011-2021), los islamistas no aplicaron ninguna doctrina propia de la economía islámica que tanto reivindicaban en su propaganda política. No tuvieron una visión estratégica respecto al papel estatal en la gestión de la producción y la distribución de la riqueza.[10]
A nivel político, también fracasaron a la hora de implementar políticas innovadoras y democráticas. El pretexto que suelen esgrimir en este sentido según el cual nunca han podido gobernar realmente ya no se sostiene, puesto que en la práctica el PJD se caracterizó por la inacción política escudándose en conceptos islámicos propios de la edad media, como la naṣīḥa (consejo al gobernador) y la ṭʽa (obediencia como virtud). El líder islamista Benkirán ni siquiera tuvo el coraje de señalar cuáles eran los círculos de resistencia que supuestamente obstaculizan sus esfuerzos de reforma. Así pues, en vez de pronunciar discursos políticos responsables, Benkirán convirtió el parlamento marroquí en un teatro político donde hablaba de fantasmas y cocodrilos produciendo una imagen cómica de un hombre de Estado.
Finalmente, la mayoría social estaba harta de un islamismo cercano a las clases adineradas y vasallo de los poderosos. Tu voto es tu ocasión contra el despotismo y la corrupción, fue el lema principal del partido en la campaña electoral de 2011. Sin embargo, tras su victoria, el presidente del “gobierno electo” amnistió a los corruptos durante una entrevista emitida en televisión, en la que afirmaba, que investigar los casos de corrupción sería una obra nefasta, una locura sin sentido, argumentando que lo más importante era la prevención de la corrupción,[11] pero la tolerancia con estas prácticas se mantuvo firme desde entonces. El PJD nunca tuvo una política anticorrupción a pesar de las numerosas quejas y escándalos aireados en la prensa, así como en las redes sociales.
En el seno del PJD no faltan voces críticas, en las estructuras del partido está presente una tendencia de inspiración democrática que aboga públicamente por lo importante que es una transición a un sistema monárquico parlamentario al estilo español o británico. Reconocer la legitimidad religiosa e histórica de rey no tiene por qué ser contradictorio con la defensa de la soberanía del pueblo.[12] Además, el discurso anticorrupción es fuerte entre las filas de esta corriente que no esconde sus inclinaciones liberales. Sin embargo, su influencia es limitada ya que el partido islamista no deja de ser una organización conservadora en la cual la figura del líder es sagrada en cierto modo, según revelan fuentes dentro del partido. Actualmente, una masa considerable de la militancia recibe la reelección de Benkirán como secretario general del partido como si fuera la vuelta victoriosa del Mahdī, figura escatológica del islam.
No obstante, esta tendencia critica sigue sin comprender el alcance de la batalla por las libertades individuales en el marco general de la democracia en el país. A pesar de que numerosos jóvenes del partido no aceptan un modelo contrario al concepto de libertad humana, como, por ejemplo, es el caso de la ideología salafista, estos no conceden una posición prioritaria para la construcción de una sociedad civil y democrática a la defensa de las libertades individuales y colectivas. Lo máximo que plantean es abogar por la tolerancia social como fue comprendida y practicada durante las gloriosas épocas histórica de la civilización arabo-musulmana. Es decir, proporcionar a las minorías un estatus jurídico dentro de la superioridad islámica. Se trata entonces de un pensamiento parecido en gran medida al nacionalismo católico de la época de la Restauración española (1874-1931), muy alejado de los postulados modernistas y democráticos de los demócratas cristianos europeos, como Jacques Maritain (19882-1973). Por consiguiente, pensamos que la crisis actual del PJD y las organizaciones políticas de su índole se debe en primer lugar, a que su base ideológica no distingue entre el ideal religioso y la realidad humana, además de no comprender que la política real consiste en la elaboración de programas políticos y no simplemente eslóganes propagandísticos.
[1] Muqtadir, Rašīd. La integración política de los movimientos islamistas en Marruecos. Daha: Centro Aljazeera de Estudios. 2010.p:12.
[2] Véase, la toma de la Gran Mezquita de la Meca (al-Masŷid al-Ḥarām) en Arabia Saudí por el movimiento al-̕ Ijwān que fue liderado por Ŷhimān al ʽtībī. Aljazeera.
[3] Se trata de una creación política particular: Abdekarim El Khatib, una figura monárquica pero con cierta inspiración critica, fue encargada de llevar a cabo una intermediación entre el Palacio y los islamistas de carácter moderado (Movimiento de Reforma y Renovación y la Liga del Futuro islámico), para integrarles en su pequeño partido el Movimiento popular democrático constitucional (MPDC) bajo condiciones estrictas para acatar el sistema hasta llegar a imponer retirar candidaturas y limitar su participación en las elecciones municipales de 2003. Ibid. pp. 166-172.
[4] La presión política contra el PJD fue enorme, amenazando incluso con ilegalizar el partido. Sin embargo, el régimen procuraba aprovechar este clima desfavorable para limitar su peso electoral y deshacerse de figuras prestigiosos del movimiento UyR como era el caso del ulema ̕Amad al-Raysūnī. Muqtadir, Rašīd. La integración política de los movimientos islamistas en Marruecos. Op- Cit. pp. 212-225.
[5] Según una declaración de líder islamista, ex presidente del gobierno, Abdelillah Benkirán, el Estado islámico no es un imaginario sin fundamento. Según la visión de su partido, ya existe un Estado islámico en Marruecos según la constitución (2011), pero hace falta aplicar y hacer visible la islamización del Estado en las instituciones y el cuerpo legislativo legal. Talīdī, Bilāl. Auto revisión del islamismo marroquí. Rabat: Imprenta TOUBIS. 2015. p:60.
[6] ʽAlāl, ʽAbdraḥān. “Un partido en cenizas: posible explicación de los resultados electorales del PJD en los comicios del 8 de septiembre de 2021”. Instituto Marroquí para el análisis de Políticas. 2021.
[7] Presencia personal del autor en la Conferencia. 13-14 de julio de 2012.
[8] Aboubakr Jamai. ¿Marruecos hacia dónde? Programa. Canal. YouTube.
[9] En esta misma intervención Benkirán aludía a un posible fraude electoral en contra de sus afirmaciones en 2012. YouTube
[10] Alaoui, Hicham. “El Fracaso de la utopía islamista”. Le Monde diplomatique. 2018.
[12] Abdelaziz Aftati. Parlamentario y miembro de la secretaria general del PJD. Entr. Said El Ghazi El Imlahi. 2022.
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